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04 Feb 2015 / *Nunca había visto tantas camionetas blindadas, coches de escoltas y motociclistas de caravana como en el Segundo Informe de Gobierno
Al parecer regresó la sensatez en la política fiscal. Se tardaron dos años —lo cual nos costó un endeudamiento equivalente a unos seis puntos del Producto Interno Bruto (PIB)—, pero por fin las autoridades hacendarias se dieron cuenta que el gasto público no tiene efectos multiplicadores positivos en el desarrollo económico. Eso es lo que están reconociendo ahora al afirmar que el recorte presupuestario va a afectar marginalmente el crecimiento del PIB de este año. Hay que aplaudir, sin duda, que el gobierno de Peña se esté comportando responsablemente frente a la caída en los ingresos petroleros. Que en lugar de endeudarse más, como ya se estaba volviendo costumbre desde la segunda mitad del sexenio de Calderón, hayan decretado un saludable recorte al gasto gubernamental.
Nadie en sus cinco sentidos puede dudar que hay mucha grasa en el cuerpo gubernamental. Que el gobierno debe ponerse a dieta después de años de bonanza petrolera y crecimiento de la deuda pública equivalente a 20 puntos del PIB en los últimos seis años. Hemos atestiguado la gran comilona de recursos públicos con muchos abusos y dispendio. La prensa en México cotidianamente reporta todo tipo de historias de cómo los gobiernos (federal, estatales y municipales) gastan groseramente, sin pudor alguno, el dinero de los contribuyentes: cosas ilegales (robos, corruptelas, sobornos, moches y aviadurías) y legales (viajes fastuosos, comidas opíparas y en general todo tipo de lujos en el servicio a la patria).
Doy un ejemplo. Nunca había visto tantas camionetas blindadas, coches de escoltas y motociclistas de caravana como en el Segundo Informe de Gobierno del presidente Peña. Usted puede encontrar en internet la foto de los enormes vehículos en la Plaza de la Constitución que tristemente se convirtió en estacionamiento VIP de nuestros políticos. Parecía anuncio de Suburban de la Chevrolet.
Yo ya había asistido en el pasado a informes presidenciales pero nunca vi algo semejante: el dispendio abierto, grosero, de los recursos del contribuyente. Ese día me quedó claro que a nuestros gobernantes, muy al estilo del priismo de Atlacomulco, les encanta el boato: ¿para qué sirve el poder si no es para llegar en una camionetota con hartos escoltas? Recordé, además, cómo en 1987, cuando estaba haciendo mi servicio social en la Secretaría de Hacienda, mi jefe me pidió que lo acompañara a una reunión. Era un funcionario de la alta jerarquía hacendaria: el coordinador de asesores del subsecretario de Ingresos. A las afueras de Palacio Nacional llegó un cochecito conducido por un chofer. Eran los años de la austeridad perpetua producto de las recurrentes crisis financieras. El vehículo oficial de mi jefe era un viejo auto, medio deportivo, francamente horrible, que Hacienda había incautado. Bromeando le dije a mi jefe que parecía más el coche que usaba El Santo en sus películas que el de un alto funcionario gubernamental.
La austeridad presupuestal implementada durante los gobiernos de De la Madrid, Salinas y Zedillo acabó con la llegada al poder de Fox y el incremento en los precios del petróleo. A partir de entonces, el dinero público volvió a fluir a raudales y con él vino el dispendio. Hoy, en cualquier ciudad de la República, los mejores clientes de los restaurantes lujosos son los políticos. Hoy nuestros altos funcionarios, todos, viajan en clase Premier (los más chipocludos en aviones y helicópteros privados). Hoy cuentan con ejércitos de personal de apoyo a pesar de que la tecnología permite prescindir de las secretarias. En fin, que no hay duda que hoy se abusa del dinero de los contribuyentes.
Otra cosa hubiera sido si la bonanza petrolera la hubiéramos utilizado en inversiones para mejorar la productividad y competitividad del país. Si bien es cierto que la obra pública creció durante esos años, el gasto corriente se incrementó más. Y ahí hay más espacio para el dispendio y abuso.
Por eso creo que el famoso multiplicador del gasto público en México es menor que uno, es decir, no genera crecimiento económico. Esa es mi impresión a falta de estudios académicos serios que calculen el multiplicador keynesiano. Por lo pronto, el gobierno de Peña, que apostó dos años a un multiplicador mayor a uno, ya se dio cuenta que no es así. Y ahora que van a meterle tijera al presupuesto admiten que disminuirlo tendrá un efecto marginal en el crecimiento. Enhorabuena que se hayan dado cuenta.
Twitter: @leozuckermann
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