18 de Abril de 2024
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El voto de castigo también cuenta

02 Jun 2017 / *La abstención es también la forma más cómoda de aceptar el estado de las cosas, y que quienes lo han hecho mal, no tengan sanción social ni política.

Si las leyes sirven para poner límites a la conducta de los ciudadanos, el voto también sirve para poner límites a la desbocada ambición de los gobernantes y sus partidos políticos. Y conste que no se trata de justificar el voto de castigo, sino de entender que cada jornada electoral es la oportunidad de enderezar o mejorar las cosas.

Luego del cierre de las campañas, ahora sí, los ciudadanos empiezan a hablar sobre lo que puede pasar el domingo; la mayoría se muestra cauteloso de confesar el sentido de su voto, pero hacen valoraciones sobre los intereses que representan unos y otros candidatos. En general, aprecian que unos son peores que otros, y muy pocos, logran generar una opinión positiva.

Tal vez por ello, es recurrente escuchar en estos días que “todos los candidatos son iguales”, y en consecuencia, no tiene sentido salir a mojarse las enaguas para darle a su voto a quien no lo merece. Es una opinión respetable, sobre todo porque explica la inmadurez de nuestra democracia y la falta de los filtros adecuados para garantizar que quienes aspiren a cargos de elección popular cuenten con la capacidad para desempeñarlos.

Pero la abstención es también la forma más cómoda de aceptar el estado de las cosas, y que quienes lo han hecho mal, no tengan sanción social ni política. El voto no sólo es el beneplácito para que una persona gobierne; aunque no es su naturaleza, también funciona como castigo para quienes han hecho de la legitimidad del sufragio su patente de corso para cometer toda clase de fechorías, total, para eso los eligió la gente.

Si a usted, atribulado lector y votante, no le gustaron los candidatos porque representan más de lo mismo, porque representan intereses que a usted lo lastiman, porque lo que prometieron es una gran mentira o porque de plano a ninguno le vio el tamaño para gobernar su municipio, entonces haga de su voto un sensor de lo que está bien y de lo que está mal.

Haga que su voto se convierta en una opinión contundente de la situación que vive el estado. Si ya no quiere a políticos, vote por ciudadanos; si cree que los ciudadanos no cuentan con experiencia, vote por políticos que sí la tengan. Si cree que los partidos de siempre ya tuvieron su oportunidad, vote por alternativas que diversifiquen las opciones; si cree que hay muchos partidos que dañan al presupuesto y que deberían ser muchos menos, entonces haga que esos partidos desaparezcan.

El voto tiene muchos significados, la abstención ninguno. Vote por la razón que sea y defienda sus argumentos. El voto es un acto de libertad.

Por eso, el voto de castigo resulta la pesadilla de todo político. Y seguramente, para muchos ciudadanos, no hay mayor placer que hacer sentir a la autoridad, a la autoridad déspota e incapaz, el temor de su fragilidad ante la posibilidad de la derrota. Hasta el más osado de los políticos teme a perder en las urnas; es algo que queda en el currículum, pero sobre todo, golpea la soberbia y la autosuficiencia personal.

Hay quien dice que el voto nulo es una forma de manifestarse, de presionar al sistema, de manifestar inconformidad por el estado de las cosas. Pero al final, el voto nulo no hace más que darle mayor fuerza a una minoría partidista, prefiriendo renunciar a la posibilidad de elegir al futuro ciudadano que lo gobernará. En algún sentido, es ponerle un tache a cambio de allanarles el camino, porque el voto nulo no tiene ninguna trascendencia en nuestro sistema electoral.

Tal vez no he puesto atención suficiente, pero es muy raro escuchar que en países con democracias sólidas las cosas se resuelvan a balazos o que la violencia sea el tema a la hora de elegir a sus autoridades. O que las mismas autoridades filtren o se vuelvan actores de innumerables videos donde sólo se muestra la podredumbre del sistema, entre los que corrompen y los que se dejan corromper. Donde el escarnio tiene más valor que la propuesta.

Eso sucede en los países, como el nuestro, donde los intereses de grupos –partidos, castas o caciques- se encuentran en riesgo, y por tanto, es necesario mantener el control político y económico a cualquier precio. Ahí la democracia es un lujo innecesario, como está sucediendo en muchos municipios del estado.

Si en verdad queremos que las cosas mejoren, debemos salir a votar. Salir a votar por quien nos dé la gana o en contra de quien nos parece un riesgo como autoridad. Hay que elegir y luego, convertirnos en celosos vigilantes del personaje al que dimos nuestro voto para que gobierne.

Con esa acción no solo se manda el mensaje correcto al político saliente, sino también al entrante: una mala gestión tendrá su respectivo castigo ciudadano. En las urnas debemos decir que si nos equivocamos, lo podemos remediar.
Las del estribo…

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