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23 Feb 2018 /
La Real Academia Española no dice que la palabra “canalla” viene del italiano “canaglia” y que significa: gente baja, ruin, persona despreciable y de malos procederes, lo que en sus términos nadie que aspire a ser presidente de la república debería de ser… sin embargo, todo parece indicar por el índice de corrupción que priva en el país y que según Transparencia Internacional se ha agravado al descender seis lugares del 129 al 135 obteniendo una calificación de 29, donde cero es el más corrupto y cien el menos, que estamos en tiempo de canallas.
La normalización de la violencia criminal ante la incapacidad de un Estado que muestras sus fallas estructurales y la corrupción que anida en las burocracias y que permea la trabazón de la sociedad, hace parecer que nada, absolutamente nada esté pasando… obviamente, mientras sucede en el otro, en la otra familia, porque cuando el secuestrado, el destazado, la casa que se cae, el socavón que se traga al padre y al hijo, el niño o niña que se suicida o son abusados por pederastas, la mujer que es violentamente asesinada es de la familia, entonces, con perdón de la palabra: ¡Las cosas están de la chingada!
Esa conducta de dejadez es previsible en el ciudadano común, porque está inundado de noticias falsas, de mecanismos de posteverdad, porque es el sujeto que a la vez es objeto en el mercado y como tal recibe el influjo cultural que lo enajena y aliena; pero eso no debiera ser en quién está participando del mundo político y aspira a dirigir al Estado mexicano.
Confundimos muchas veces la “canallés” con la ignorancia, la pobreza, el color de la piel o la pertenencia a ciertos grupos o clases sociales; siendo que un “canalla” está consciente de su proceder sea rico o pobre, sea analfabeto funcional o doctor en psicología, un canalla es un canalla porque quiere serlo y sus malos procederes para con los demás alimentan su ego.
La crisis política en México se puede medir por la cantidad de políticos corruptos y presos o por las muertes de ciudadanos y ciudadanas en medio de un mercado voraz de narcóticos y estupefacientes que la gente busca como sucedáneos de una felicidad que no tienen en su familia y menos en el país. Tres elementos acotan las fallas del Estado mexicano y que la mayoría sabe y lo comenta desde diferentes puntos de vista: corrupción, inseguridad y desempleo. Ninguno de los tres pueden ser modificados desde el campo simple de la individualidad, se requiere necesariamente la acción gubernamental, enérgica, decidida, montada en un política pública horizontal y transversal que no tolere ninguna conducta, pública o privada, que transgreda el Estado de Derecho.
Lo peor que está pasando es que el juez sea el delincuente y el policía el asesino, porque entonces, estamos en una fase terminal de una civilización que apostó al libre mercado y a la democracia como sistema para mejorar las condiciones de la población; si es así, y yo soy de la opinión de que eso está ya pasando, luego entonces, necesitamos un profundo cambio civilizatorio que desmonte el capitalismo rampante y su individualismo y construya un sistema social, responsable y cooperativista, donde los fines de la política sean la felicidad de la población y no la acumulación de riquezas y poder en los tiburones de la economía y de la política; por supuesto nada fácil y sí mucho de utópico, pero lo otro, según los resultados globales y nacionales son una destrucción brutal de todo lo creado.
El canalla es en nuestro medio, aquel que burla la ley y habla de ella con un doble discurso; el que exige justicia y la violenta en todo momento; el que llora por sus difuntos pero dispara a quemarropa como sicario.
Desde hace varios meses, viene apareciendo en los medios de comunicación, cito tres por lo menos: Proceso; Animal Político y Reforma, la información sobre la investigación que se está haciendo de “lavado de dinero” por parte de Ricardo Anaya, candidato de la alianza PAN-PRD-MC; ante la cual, el candidato simplemente ha contestado que eso ya está totalmente aclarado desde hace meses y que la constante mención es una simple estrategia del “PRI” en contra de su candidatura.
Pudiera ser que el partido oficial le monte una campaña al candidato panista si realmente éste fuera el puntero en la contienda, pero no lo es, pues en todo caso lo es Andrés Manuel, quien por cierto, sí es atacado por Anaya y Meade, pero no lo acusan de lavado de dinero; quien acusa a Anaya de lavado de dinero es un abogado particular que representa dos clientes que aseguran como triangularon más de cincuenta millones de pesos que beneficiaron a Anaya.
La historia de Anaya, el “chico maravilla”, que se puede leer en los diversos medios, es la historia de un canalla, del prototipo ruin, de malos procederes, a quien no le importa traicionar o violentar la ley para medrar y hacerse rico a costa de lo que sea en medio del mar de corrupción del Estado mexicano y por eso, resulta peligroso y preocupante que un candidato así pudiese ganar la presidencia de la república.
Lo peor es que sabe que la justicia es venal y se vende al mejor postor y que por ello, como lo hacía Al Capone o los Duarte en sus estados, se pueden burlar de ella, porque son los mismos jueces quienes les abrirán las puertas de una falsa justicia y los dejarán libre… pero no para siempre.
Pero eso es justo lo que no queremos los ciudadanos mexicanos, no queremos canallas en el gobierno. Queremos ciudadanos de bien, honestos, que no se roben el dinero público ni toleren que otros lo hagan… ¡vaya! Que cumplan cabalmente su 3de3; queremos un político que entienda la crisis civilizatoria y convoque a la ciudadanía a que participe activamente en la cosa pública, para con ello, reeducarnos y construir un Estado Social y de Derecho, significa sin duda un gobierno abierto que rinda cuentas y que retorne por la vía horizontal de la participación ciudadana el poder que originalmente pertenece al pueblo; necesitamos un político que entienda el bien común como supremo bien y no de manera gerencial donde llega a enriquecerse en la oportunidad de un gobierno corrupto; un político social que respete la dignidad de cada ciudadano al garantizarle un empleo bien remunerado, exigiéndole, por supuesto, que el trabajo sea de calidad, y no acrecentando inútiles burocracias.
En todo caso, y con todo lo que significa el arcaísmo, necesitamos: un caballero de la política y no un canalla.
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