23 de Noviembre de 2024
Congreso de la Unión

¿Cuántos miles de millones se recaudarían?

Diputados que aprobaron triplicar las multas por injuriar al presidente.
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*Siempre subsiste la idea de que la censura a lo largo de milenios ha atorado, en el mejor de los casos, el progreso de la humanidad

| | 20 Feb 2023

Bennely y Nachito MierGran idea fiscal, frustrada


La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.


George Orwell, autor de la distopía “1984”


 


 


Con un cálculo muy, muy moderado, digamos, que 15 millones de mexicanos fuesen multados con cuatro mil pesos “por injuriar” al presidente de la República, el ingreso a las arcas públicas sería de poco más de 60 mil millones de pesos.


Nada mal, si se aplicasen correctamente, como para el trenecito maya, Dos Bocas, alguna piscacha para que el muchachón Nayib Bukele se compre algunos Bitcoins, pero… la magnífica oportunidad se perdió (por el momento).


Sucedió que la diputada zacatecana Bennely Jocabeth Hernández fue “comisionada” por Nachito Mier, líder de la bancada morenista en San Lázaro, para promover una iniciativa “sin hacer mucho ruido” con la finalidad de establecer una multa de poco más de cuatro mil pesos al ciudadano que incurra “en injurias” al señor presidente de la República.


Se trataría, en rigor, de una “actualización” de una legislación de 19l7, la Ley de Imprenta que, como muchas otras legislaciones de tiempos idos, se conservan por ahí, empolvadas, “por si acaso”.


Pero el asunto caminaba, porque la Comisión de Gobernación le dio la recepción con entusiasmo y  “la hizo suya”. Pero en esa Comisión Legislativa hay también diputados de oposición  y de inmediato la filtraron a la sala de prensa.


Reventó pues, como chinampina, la iniciativa. En la “mañanera”, el Peje soltó otra de sus teatrales jaculatorias y “amenazó” con vetar la iniciativa. Pero no le dieron esa oportunidad: Presto, Nachito tomó el texto y en el cesto de la basura le prendió fuego, por si acaso.


En “El Financiero”, el columnista Alejo Sánchez Cano comentó el asunto así: “La lambisconería no tiene límites cuando se trata de llenarle el ojo al principal huésped  de Palacio Nacional, y por ello, se les ocurre cada mafufada que hasta para los de casa se les hace absurdo e inconveniente. La censura y el regreso a los tiempos de la restricción de las libertades y de los derechos humanos en los terrenos de San Lázaro, donde la Santa Inquisición pretende excomulgar a todo aquel que no piense como el presidente; más aún, a quien ose criticarlo o en su caso, injuriarlo”.


Obviamente, las redes sociales se vieron plétoras de memes con caricaturas en donde se reproducían agresiones verbales muy subidas de tono hacia la augusta persona presidencial, con la leyenda al calce: “Espero mi multa”.


“PUES HÁGAME OTRO RECIBO”


Hace ya muchos decenios que en tertulias de compadres en alguna cantina se relataban anécdotas –reales o supuestas- de algún parroquiano que al salir achispado del bar, comenzaba a gritar recordatorios maternales al alcalde del pueblo. La policía le llevaba ante el juez calificador, quien le imponía la multa correspondiente y presto, el detenido sacaba la cartera y le decía: “Hágame otro recibo, porque en este momento me dispongo a refrescársela por segunda vez al señor alcalde”.


Quizá la recaudación no llegó a ser significativa, y la sanción, con el tiempo, quedó en desuso.


Pero siempre queda la impresión, en los tiempos que se viven en el país, que quizá se perdió la oportunidad de que las arcas federales se vieran muy vigorizadas en sus ingresos, de haberse aprobado y puesta en vigor la iniciativa de Mennely Jocabeth y el inefable Nachito, líder de los morenistas en la Cámara de Diputados.


LA CENSURA, DESDE ROMA A LA FECHA


Desde que existen los gobiernos, a los políticos nunca les ha gustado que los critiquen, que les reclamen algo o peor, que los insulten.


En la Grecia clásica algunos comediógrafos eran sometidos al “ostracismo” (en votación para someterlos al exilio, las boletas de entonces eran las conchas de ostiones).


En tiempos de la República Romana la libertad de expresión era plena, pero todo cambió con Julio César, que en eso no ejercía sentido del humor alguno.


Decía Voltaire: “Si hubiera habido censura en Roma, no tendríamos hoy a Horacio, ni a Juvenal, ni los escritos de Cicerón”.


Pero llegó Julio César se molestó mucho cuando en el año 47 a.C. conquistó Alejandría y acusaron a los romanos de haber quemado y reducido a cenizas la magnífica biblioteca de esa ciudad. La censura se hizo costumbre en Roma; muchos textos se suprimieron por motivos políticos y religiosos. Toda crítica se tomaba contraria al emperador y los castigos iban desde el destierro y la muerte.


Ovidio fue desterrado por Augusto a las costas del Mar Negro y su Ars amandi y otros textos, censurados, porque el literato conocía de “los desmanes sexuales” de la familia imperial.


Calígula hizo desaparecer bibliotecas enteras con obras de Virgilio y Tito Livio. La cosa empeoró con el cristianismo como religión oficial. El caso que en años recientes generó gran atención fue un libro de Stephen Greenblatt, “The Swerve. How the World became modern”.


La historia es muy interesante: un personaje oscuro de comienzos del siglo XV, Poggio Bracciolini, quien era escritor de temas eróticos, fue contratado como secretario principal del papa Martin V, quien disfrutaba mucho de los relatos lascivos de su secretario.


Cuando murió el papa, Bracciolini, desempleado, se dedicó a hurgar en bibliotecas de pueblos libros interesantes para venderlos a los cardenales. Un día dio con un texto que le hizo dar un respingo. Se trataba de una obra perdida del clásico latino Lucrecio: Rerum natura. Un poema maravilloso que resumía la sabiduría de la Grecia Clásica. Recuperaba conocimientos de sabios como Demócrito y su teoría atómica y mucho otros conocimientos perdidos, los que divulgados dieron paso a la ciencia y el mundo moderno.


Un escritor erótico y burócrata al servicio de clérigos licenciosos era, sin embargo, lo suficientemente ilustrado como para identificar de inmediato una obra de un valor gigantesco. Hasta el momento, como lo conjetura Greenblatt, quizá se trató del único ejemplar que se salvó de la hoguera de los clérigos medievales.


Pero siempre subsiste la idea de que la censura a lo largo de milenios ha atorado, en el mejor de los casos, el progreso de la humanidad.


Pero no exageremos en el caso de Bennely y Nachito. Sus intenciones de multar a los mexicanos que expectoramos juicios un tanto altisonantes en torno a la figura presidencial no era una medida muy grave, que digamos.


Tal vez esa idea no tenía intenciones reales de censura, cosa que en estos tiempos de medios electrónicos es un tanto difícil, sino reunir una lanita para contribuir a los de por sí extensos programas sociales de la 4T.


Y de seguro hubiese sucedido, como con el compadre del cuento cantinero, que algunos inclusive hubiésemos solicitado: “Pues hágame otro recibo”.