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Foto: Agencias .
*Ella es muy desconocida, pero en su vida fue muy conocida
Miguel Valera . | Xalapa | 09 Mar 2025
Fotografía FB Xalapa Antiguo
En 1872, Ignacio Ramírez “El Nigromante” en el seno de una Junta del Liceo Hidalgo, propuso —y eso es muy significativo para la literatura mexicana— que se invitara a las mujeres, por primera vez en la historia, a participar como miembros de esta Asociación Cultural, me dice el doctor Ángel José Fernández Arriola.
Setenta y cinco años antes de que en México fuera reconocida el derecho de las mujeres a participar en la vida pública, al votar y ser votadas, la propuesta de “El Nigromante” fue aceptada y empezaron a invitar a poetisas, expresa el académico, quien ha sido profesor visitante en la Université de Nantes (Francia) y director del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana.
“Ese acontecimiento que ocurre en la Ciudad de México es importante, a propósito de la vida de Josefina Pérez de García Torres, porque con ese propósito, al ser invitada como miembro del Liceo Hidalgo, se va de Xalapa y se radica en aquella ciudad”, indica. Nacida en la capital veracruzana el 19 de marzo de 1851, Josefina Pérez de García Torres fue hija del matrimonio formado por José María Pérez Alvarado y Pascuala Silva Álvarez.
TALENTO Y HERMOSURA
Aunque no se cuentan con datos de su infancia, adolescencia y juventud, ni de su educación formal o literaria, dice Ángel José Fernández, en un manuscrito de Ricardo Domínguez Mora se informaba sucintamente de su afición precoz “por el estudio”, razón por la cual podía “vanagloriarse de ser una de las jóvenes más instruidas de nuestra sociedad”.
“Conoce el francés y el inglés, dibuja con bastante habilidad, sabe geografía, matemáticas, gramática, historia y no se desdeñaría de competir con cualquiera señora en labores propias de su sexo”.
Domínguez destacó su papel como integrante “de las principales sociedades literarias del país” y como colaboradora de periódicos de la Ciudad de México y de muchos del interior de la República. Domínguez le pronosticaba un espléndido futuro dentro de las letras “por su talento, su instrucción y su hermosura”.
En “Apuntes biográficos de la señorita Josefina Pérez”, redactado por Manuel María Zarzamendi y fechado en México, el 3 de septiembre de 1876, añade el investigador, Josefina fue “primero y único fruto” de sus progenitores; luego de haber quedado huérfana de padre a la temprana edad de dos años, su madre le consagró sus bienes y modestos caudales para el perfeccionamiento de su educación y formación intelectual.
Josefina tenía avidez “de saber” y había sido “dotada por la naturaleza de talento despejado y alma ardiente como el clima de su tierra natal”. Antes de cumplir los veinte años, empezó a publicar sus poemas y casi de inmediato fue invitada a formar parte de algunas sociedades literarias: en 1872 recibió el diploma de socia honoraria del Liceo Hidalgo; fue nombrada miembro correspondiente de la Sociedad La Concordia, socia de mérito de la Sociedad Progreso, de San Andrés Tuxtla; socia honoraria del Liceo Veracruzano y “miembro literato de la Sociedad Filarmónica Mexicana”.
Este biógrafo destacó un par de acontecimientos inusitados: “En diciembre de 1871 la obsequió la Sociedad de Bohemios de Xalapa con un álbum lleno de composiciones poéticas, en las que sus autores la animaban a seguir brillando en la senda que había emprendido”, y dos años después, “en agosto de 1873 recibió de México otro álbum no menos rico en joyas literarias regaladas a la joven poetisa por los escritores más notables de la República”.
EN LA CIUDAD DE MÉXICO A LOS 21 AÑOS
Así que Josefina Pérez de García Torres, continúa en la amplia entrevista el académico de la UV, Josefina Pérez Silva, nombre de soltera, Josefina Pérez de García Torres, de casada, llega a la Ciudad de México cuando es muy joven, tiene 21 años, pero ya deja en Xalapa la estela de un grupo de poemas, el conocimiento de asociaciones locales de Xalapa, literarias, donde están muchos escritores de quienes no tenemos ni la menor noticia, pero que hay que rescatarlos porque creo que vale mucho la pena, y comienza a escribir en Xalapa y se radica en la Ciudad de México.
“¿De qué va a vivir Josefina Pérez de García Torres en la Ciudad de México? Dando clase de matemáticas, de aritmética, de español, de geografía en las escuelas que se conocían entonces como las Escuelas de segundas letras, de enseñanza media más o menos. Y tenía fama de ser muy buena profesora”.
“La presencia en México de esta poeta le permite desde luego trabar comunicación con las redacciones de los periódicos, hacer vida institucional en el seno del Liceo Hidalgo y por ejemplo, toma parte en un homenaje a Sor Juana que propone el Liceo Hidalgo y ella escribe un poema dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz, que es un esfuerzo de una escritora mexicana que hace lo posible por traer al siglo XIX, al siglo mexicano, una escritora de primera línea internacional, como es Sor Juana, que está enclavada en el universo novohispano pero que los escritores del siglo XIX son los que recuperan la vida y la figura de esa señora, de sor Juana y ella es una de las que la rescatan”, indica.
“Creo que ese es un acto muy importante, porque es hacer memoria y es un principio de revisar y de acumular el conocimiento, hacer el acervo histórico e incorporar al conocimiento y a una tradición histórica, tradición cultural y tradición literaria, la obra remota, pero por medio de una joven escritora que también está contribuyendo con su obra original a la fundación de las letras mexicanas”, asevera.
RECONOCIDA POR LOS ESCRITORES DEL SIGLO XIX
“Auténticamente xalapeña”, como la califica el doctor Ángel José Fernández Arriola, llegó a la obra de Josefina Pérez de García Torres por varias investigaciones, pero cuenta una anécdota muy curiosa que le transmitió la maestra Margit Frenk un día que conversó con ella.
“Un día me dijo: —oye, tú que eres xalapeño te voy a hacer una pregunta, ¿conoces a Josefina Pérez de García Torres? Le dije, sí, la conozco de nombre, no conozco sus versos. Sé que fue una escritora xalapeña”.
“Me dijo, mira, te voy a platicar. Fui con mi familia a Tlalpan, a una ostionería muy famosa y cuando fui a pagar la cuenta al mostrador, ahí en el mostrador estaba un librito que era un libro muy viejo, encuadernado y lo empecé a hojear y me di cuenta que era un álbum con poemas dedicados a Josefina Pérez de García Torres. Me maravillé. Empecé a revisar y había poemas de Ignacio Manuel Altamirano, de Guillermo Prieto, de Ignacio Ramírez, de Rafael de Zayas Enríquez, de Vicente Daniel Llorente, de Luis G. Ortiz, y dije, bueno quién es esta señora, quién es esta señora que la conoce la crema y nata de la literatura mexicana del siglo XIX”.
“Entonces ella es muy desconocida, pero en su vida fue muy conocida”, añade Ángel José Fernández. “Cómo fue muy conocida, no lo sé. Supongo que a través de esta vida institucional que es una parte importantísima de la cultura mexicana que cuando se fundan las instituciones no solo políticas sino culturales, empiezan a ser más conocidas las figuras, sobre todo porque colaboran en redacciones de periódicos y empiezan a construir un imaginario llamado México. Comienzan a describir los cerros, los montes, los ríos, las colonias, los monumentos históricos, la vida de las civilizaciones prehispánicas, entonces todo eso contribuye a un imaginario, a un principio ético y cívico de una nacionalidad que está en construcción y que ellos colaboran en primera línea para hacer este imaginario mexicano. Ahí Josefina Pérez de García Torres tiene su importancia”.
MUJER COMPROMETIDA CON SU DISCURSO
“Escritora, católica como todos los del siglo XIX, pero sin ese culto y esa devoción por la abnegación de ser madre”, apunta el autor de Manuel Eduardo de Gorostiza. Poesía Lírica; Reino posible; De un momento a otro: poemas 1972-1984; Nocturno al amanecer; Arenas de cristal; Epigramas de mayo y Algo así, entre una pléyade de textos poéticos e investigaciones históricas del siglo XIX.
“Eso es muy curioso. Su poesía no es una poesía abnegada. Es el primer dato que me llama mucho la atención. Escribe poemas de amor y se avienta con unos adjetivos fuertes para la época. No es grosera, no es ofensiva, pero dice: cuando tengo ardor por ti. ¡Bueno, qué pasó aquí!”
“La señora es muy honrada, construye muy bien sus versos. Escribe una poesía amorosa muy buena, muy despegada de toda la vulgaridad del romanticismo trasnochadón y facilón. Ella busca formas, ella busca adjetivación, ella busca expresiones y tiene un poema que está resuelto en silvas que se llama ‘El amor universal’ que tiene 800 versos. Es un poema muy largo y es entre filosófico y lírico, sobre el amor, que es un poema que hay que rescatar, que hay que estudiar. No solo publicarlo, hay que rescatarlo, estudiarlo, porque vale mucho la pena”.
“Hay otra cosa, añade. En ese sentido no se parece a los poetas románticos. Ella por su tiempo es una poeta romántica. Debería de ser abnegada, no lo es. Debería de escribir poemas a sus hijitos, que son bonitos y que son el motivo de su vida y todas esas cosas, lugares comunes que siempre hay en toda la poesía de las mujeres abnegadas del siglo XIX y aquí no hay abnegación”.
“Después hay experimentación formal. Un poeta romántico no experimenta formas. Ella experimenta formas. Ah caray, estamos frente a un caso curioso. Se avienta un poema sobre el amor. Muy largo, muy ceñido, perfectamente por cuanto a la forma se refiere. No tiene los lugares comunes. Es un poema que está persiguiendo una forma, como dice Rubén Darío, y entonces la señora se lanza, tiene la propuesta”.
“Y hay otra cosa que me llama mucho la atención. Hacia el final de su obra. Poco antes de morir, está escribiendo unos poemas que son como cartas que está recibiendo el ser amado y son como poemas epistolares, pero como que ella es la transcriptora de esos poemas. Como que ella se encontró esos manuscritos y ella los elabora como poemas. Es un experimento que no he encontrado en ningún autor del siglo XIX. Está pensando en una perspectiva, con una focalización distinta y con un género distinto está haciendo otro experimento que me parece muy significativo. Entonces yo creo que esa señora vale mucho la pena”.
Josefina Pérez de García Torres, continúa el académico, construyó una obra prolífica, a pesar de que vivió pocos años. La poetisa murió en la Ciudad de México, la mañana del martes 8 de mayo de 1894, víctima de una pulmonía, a la edad de 43 años, refiere.
“Su obra se publicó póstumamente en dos tomos, que sumados son casi 800 páginas. Es decir, hay muchos poemas”.
“En esa compilación de dos tomos me llamó la atención, porque un tomo se llama poemas y el otro se llama versos. ¿Cómo que poemas y versos? Pues sí, el verso es lo tradicional, lo popular y los poemas se supone son las contribuciones originales de la gran cultura y tal. Cultivan los dos géneros o cuando menos esa era su intención”.
“Es una poeta —yo le digo poeta y no poetisa— lírica. Tiene muchos poemas amorosos y sus poemas amorosos no son amelcochados ni llenos de miel ni sobre adjetivados ni están dedicados a las figuras de sus niños, de sus criaturas. Para el bautismo de mi niño, nada de eso. Está de repente, muy aislada, en la obra, algún agradecimiento a Dios, pero no está recordando a cada momento su razón de ser católica. Ella es católica, pero ella no está ocupando eso al servicio de su poesía. Ella está buscando, hay una búsqueda en sus poemas y en sus temas”.
“Entonces, es una poeta lírica, erótica, con adjetivación fuerte, sin salirse de los lineamientos de la moral de entonces, pero es una mujer muy comprometida con su discurso, con su sentimiento y eso es sumamente raro en el siglo XIX”.
“En un poema dedicado a sus tres hijos dice que estando en su casa en México, con unas visitas, con unos amigos, empezó a leer algunos poemas de esa compilación que ya tenía en su manuscrito y su hijo, que tenía ocho o nueve años de edad, se quedó escuchando a su mamá que no sabía que escribía versos. Entonces cuando termina de leer, el hijo le dijo: oye, ¿por qué escribes poemas tan tristes? ¿por qué escribes poemas con mucho dolor si tú eres todo dulzura para mí”.
“Esa interpelación que le hace su propio hijo sobre los poemas que acababa de escuchar, le hizo reflexionar y escribir un poema sobre ese acontecimiento biográfico, sobre esa experiencia personal de ese reto que le hace el hijo y entonces ella experimenta una forma muy notable del poema. Comienza relatando que está con unos amigos, que está leyendo unos poemas y de pronto el niño, que era parte del auditorio muy atento de los poemas de su mamá, le pregunta de pronto que por qué escribe así, si ella no es así, si ella trata con mucha dulzura pero que habla de poemas muy fuertes y entonces eso que está contando el niño lo transfiere a esa voz poética y traslada la interrogación de su hijo y la resolución que ella le da”.
“Entonces, es muy buena para generar atmósferas, para construir perspectivas, focalizaciones, para trasladar desviaciones del yo, de una trasposición del tú al yo y es muy impresionante lo que hace con su poema y lo está escribiendo en 1890”, concluye Ángel José Fernández.
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