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*A medida que la demanda por sus zapatos especializados crecía, Colmenero necesitó de alguien que pudiera ayudarle a producirlos. Emprendió la búsqueda de un aprendiz en las calles del barrio de Tepito, donde convergían todos los zapateros de la ciudad para comprar suministros y usar las máquinas de coser comunales
| | 08 May 2019
A José Luis Rivera le tomó veintidós años aprender cómo fabricar a mano un par de zapatos de futbol. Le enseñó su suegro, quien alguna vez hizo un par para Pelé.
La familia de su esposa ha fabricado tacos o tachones [o guayos, en Colombia y algunas partes de Venezuela; o chimpunes, en Perú] para el balompié desde hace generaciones en Ciudad de México. Rivera comenzó como aprendiz de su suegro, David Rivas, quien durante más de cuatro décadas se dedicó a crear zapatos que se volvieron famosos en las canchas de aficionados y profesionales en los años setenta. Los llamaban Colmenero.
Cuando se casó con la hija de Rivas, Rivera tenía 20 años y el Mundial de México 1986 estaba a la vuelta de la esquina. Sin prospectos de trabajo, comenzó a ayudar a Rivas en el taller familiar. Sus primeras tareas fueron simples, como cortar patrones en trozos de cuero. Sin embargo, poco a poco empezó a aprender cuáles eran las mejores texturas para cada parte del zapato y cómo usar la máquina de coser. La última habilidad que le faltaba perfeccionar era unir la suela con los tachones. Una vez que la dominó pudo armar todo un par él solo.
“Era un trabajo que merecía precisión y sobre todo calma para aprenderlo”, cuenta Rivera.
Rivera, ahora de 52 años, aún ejerce su oficio en un pequeño taller ubicado en las afueras de Ciudad de México, al oriente, donde conserva con orgullo una profesión que está desapareciendo. Los zapatos producidos en masa se han adueñado de la mayor parte de su negocio pero él se rehúsa a dejar morir su profesión artesanal, después de cuatro décadas de trabajar en ese oficio adoptado. Rivera acepta que será una batalla difícil, en especial ante la feroz competencia de empresas internacionales como Nike, Puma y Adidas, las cuales inundaron el mercado mexicano con los zapatos de futbol después de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994.
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Rivera es el último heredero vivo de una tradición que empezó en 1960, cuando un jugador profesional de Guadalajara, Eduardo Colmenero, se hartó de usar tachones que le lastimaban los pies. ¿Su solución? Fabricar sus propios zapatos.
“Lo que él hizo fue que desarmó unos zapatos y cambió el plástico por la piel”, dice en entrevista Ana Gabriela, la hija de Colmenero. Los primeros pares fueron solo para él, pero en 1966, poco tiempo después de retirarse del juego, Colmenero se dedicó de tiempo completo al negocio de los zapatos.
“Los hacía a la medida, lo cual era atractivo para futbolistas que tenían alguna particularidad en el pie, o más ancho o más corto uno que el otro”, menciona Ana Gabriela. “Ellos eran sus clientes al principio porque se los hacía a la medida”.
A medida que la demanda por sus zapatos especializados crecía, Colmenero necesitó de alguien que pudiera ayudarle a producirlos. Emprendió la búsqueda de un aprendiz en las calles del barrio de Tepito, donde convergían todos los zapateros de la ciudad para comprar suministros y usar las máquinas de coser comunales.
Ahí encontró a Rivas, quien acababa de ser despedido de una fábrica de zapatos. Rivas y Colmenero tenían una afinidad por la misma máquina de coser y la visión compartida de abrir un negocio propio. Su asociación duró 45 años, hasta la muerte de Colmenero en 2010.
El taller creció hasta tener cinco personas empleadas. Durante las décadas de 1970 y 1980, hacían seiscientos pares al mes; a veces debían trabajar toda la noche para completar los pedidos. La fama de su marca creció entre los futbolistas.
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