05 de Mayo de 2024
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LAS TEORÍAS CONSPIRATIVAS

10 Sep 2018 / *¿Qué es lo que realmente ocurre en la Argentina? Muy simple. De los últimos 70 años en 65 hemos tenido déficit fiscal.





Luego de la salida precipitada de Raúl Alfonsín del gobierno en 1989, se puso de moda y pasó a ser un lugar común la hoy muy conocida sentencia: “hubo un golpe de mercado”.

Las corporaciones, los bancos, los exportadores y en general los “grupos económicos poderosos” se ponen de acuerdo y voltean un gobierno. Esta es la definición y no admite discusión. Fin de la historia.

¿Es esto posible? ¿es sencillo?. En principio digamos que posible es, aunque cuesta creer que todos los poderosos se pongan de acuerdo y armen un “scrum”, como en el juego del rugby y se dispongan, por las razones que fueren, a voltear un gobierno. Más bien la sentencia en cuestión parece una frase política inventada por políticos para salir del paso. Del mismo modo que se culpa a los formadores de precios, a lo supermercadistas y a los grandes grupos económicos de la inflación.

Acá no es que nuestros beneméritos políticos hacen las cosas mal, sino que los “grandes operadores” (la palabra “grande” debe estar siempre cuando de buscar culpables se trata) conspiran y si quieren todo lo destruyen. Y lo primero que habría que preguntarse es con qué objeto, porque la verdad es que la destrucción de la economía y la recesión subsecuente no parece ser buen negocio para nadie. Pero así se manejan las consignas políticas. No se trata de discutir, analizar o probar. Es suficiente con sentenciar.

Hagamos un breve repaso de la historia reciente. Vale la pena. Ni el llamado “rodrigazo”, ni la salida estrepitosa de la “tablita cambaria” de Martínez de Hoz, ni tampoco el desastre de la llamada convertibilidad fueron provocados por “golpes de mercado” en los términos que aquí mencionamos. No hubo en esos días acusaciones en tal sentido, que sepamos. Sí se dijo que a De la Rúa lo voltearon los propios radicales y los peronistas. Tal vez haya algo de eso, o mucho. Pero el desastre monetario provocado por el congelamiento del tipo de cambio durante 10 años no fue ningún golpe de ninguna naturaleza. Fue una realidad. El mercado se llevó puesto todo. Como también lo hizo con el “rodrigazo” y con la “tablita”.

Cuando en agosto de 1988 el gobierno de Alfonsín lanzó el llamado “plan primavera”, hubo una conferencia de prensa dada por los tres funcionarios principales del equipo económico de entonces -Sourrouille (ministro), Machinea (presidente del Banco Central) y Brodersohn (secretario de hacienda)- en la que un periodista preguntó cuál era el nivel de reservas del Banco Central. El encargado de responder fue Machinea, quien puso cara de pícaro y se negó a decir el monto argumentando algo parecido a “no podemos mostrar las cartas”, para decirlo de modo coloquial. Obviamente la cita no es textual. Hoy puede parecer raro, porque el monto de las reservas del Banco Central es una información pública. Pero estamos en la Argentina, ya sabemos entonces que todo es posible.

¿Cómo puede reaccionar un operador financiero, un asesor económico, un tenedor de títulos públicos, o cualquier “poderoso” y no tanto ante semejante escena? La respuesta es obvia y la dejamos librada a la imaginación de nuestros amables lectores.

La llamada convertibilidad daba en el año 2001 sus últimos estertores. De la Rúa había llamado a Domingo Cavallo para hacerse cargo del ministerio de economía y así generar confianza. Cavallo quería que el
Banco Central a cargo entonces de Pedro Pou, adelantara fondos de las reservas para la reactivación. Pou se negaba fervorosamente a semejante acción, muy similar dicho sea de paso a la que luego hicieron los Kirchner para pagar al FMI y los intereses de la deuda pública. A su vez, Ruckauf, gobernador de Buenos Aires, estaba enfrentado también a Pou (un técnico riguroso y muy bien formado), porque éste quería “sacar del clearing” al Banco de la Provincia de Buenos Aires, dado el enorme volumen de deudores que no estaban en condiciones de cumplir con el banco (muchos de ellos amigos del gobierno y el propio gobierno de la provincia). Entre ambos pidieron a De la Rúa que Pou fuera echado del Central, cosa que ocurrió en abril de 2001, mediante un decreto que entre otras cosas acusaba a Pou de “mala conducta”. “Cumplimiento negligente de sus funciones” dijo el dictamen de la Bicameral de entonces, entre otras bellezas que en aras de la brevedad no transcribiremos. Se lo acusó de lavado de dinero y hasta de antisemita. Por supuesto nunca se probó nada (lo de antisemita, real o no, era una canallada en ese contexto). Al día siguiente empezó la corrida cambiaria que arrastró la convertibilidad y al gobierno entero. Pero es bueno recordar que antes de la caída final el país se había llenado de “cuasimonedas” y que, por ejemplo, en Tucumán circulaba además papel moneda de viejas denominaciones que sólo era aceptado en esa provincia. Las “cuasimonedas” surgieron como una forma de financiamiento. El propio Cavallo había intentado flexibilizar la convertibidad mediante una asociación entre el valor del dólar y el del euro en caso de que éste último superara el valor del primero, cosa que no ocurría en ese tiempo.

Muy bien, volvamos a Pedro Pou. La verdad es que echar a un presidente del Banco Central, que es una entidad autónoma y que debe poder tener el manejo del valor de la moneda, no es una cuestión menor. No lo fue, como estuvo a la vista apenas meses después. Porque la arbitrariedad se paga. Y a todas luces se trató de eso, de una arbitrariedad. Y es bueno tener bien presente siempre que la inseguridad jurídica es la principal causa de cualquier corrida. El capital es muy temeroso. Y siempre pasa que primero huyen los capitales, y luego huye la gente.

¿Qué es lo que realmente ocurre en la Argentina? Muy simple. De los últimos 70 años en 65 hemos tenido déficit fiscal. Ese déficit se financió con deuda pública (interna y externa), con emisión de moneda sin respaldo (inflación) y con mayor presión tributaria. Además, cuando pese a todo no fue posible cumplir con las obligaciones contraídas, se cayó en cesación de pagos, ahora llamada “default”.

En semejante cuadro de situación, ¿es posible poner por delante de cualquier otra cosa algo antes que la irresponsabilidad política convertida en gasto desmadrado?

Días pasados una periodista de nombre hablaba en la radio de la “cultura del dólar” de los argentinos. Y comparaba la preferencia de la moneda norteamericana con el TOC, es decir, con el llamado “trastorno obsesivo compulsivo” Cuesta creer que una profesional del periodismo caiga en semejante calificación. La gente no quiere la moneda argentina para ahorrar, no quiere la moneda argentina para resguardar sus activos, no quiere la moneda argentina porque ha sufrido durante décadas la expoliación por parte de la clase política.

Alguna vez escuchamos a un periodista ya fallecido comparar la inflación con el cólera ¿Es posible esto? La inflación no es una enfermedad, es una política, señores. No es un virus o una bacteria que por alguna causa se reproduce y contagia a todo el mundo. No. Es una facción política que acepta gobernar con déficit a veces pavorosos durante décadas y los financia emitiendo moneda y empobreciendo a la gente que trabaja y gana su sustento en el dinero de curso legal porque es OBLIGATORIO.

Tengamos claro el diagnóstico para que, sin descartar ninguna otra cosa, podamos por lo menos poner el carro detrás del caballo.

Si todos sabemos que preferimos los dólares no sólo para ahorrar, sino para comprar una propiedad, un bien registrable, lo que sea de cierta relevancia, o los paquetes de viajes al exterior que podamos adquirir, ¿por qué razón se supone que los que tienen mucho dinero no harían lo mismo?

En los últimos tiempos ha subido la tasa de interés en EEUU. Se ha desatado una guerra comercial entre EEUU, Europa y China. Ha habido una sequía muy importante en nuestra región y se ha desmadrado el gasto público y “las metas de inflación” fueron modificadas intempestivamente el 28 de diciembre de 2017, apenas unos días después de haber sido aprobadas las anteriores metas por el Congreso, y convertidas en ley de presupuesto por el Gobierno . ¿Cuál es la razón para suponer que los capitales externos que se colocaron en pesos obteniendo tasas de interés muy elevadas en dólares no decidan salir de aquí y refugiarse en el Norte con una ganancia menor pero muchísimo más segura?

¿Acaso hubieran ganado si hubieran dejado su dinero en pesos a tasas del 27,5 o el 40% cuando el precio del dólar pasó de 18 a 42 pesos en pocos meses?

Se nos dirá que el dólar subió justamente porque muchos capitales huyeron. Sí, es así. Pero el capital es la cosa más temerosa del mundo, insistimos, y el sálvese quien pueda es el alma máter de cualquier corrida. Y una corrida no se para con discursos sobre conspiraciones, “golpes de mercado”, y búsqueda de culpables. Se para con acciones concretas sobre las distorsiones en las variables económicas y con financiamiento.

La cuestión no pasa por tratar de explicar la consecuencia y buscar culpables. La cuestión pasa por encontrar las causas, explicarlas, atacarlas y resolverlas.

Y para no volver a hacer historia, lo que ha pasado en estos dos o tres años es que el actual gobierno siguió con un déficit fiscal descomunal que intentó financiar mediante endeudamiento interno y externo. Y el endeudamiento externo se cortó justamente porque los capitales llamados “golondrina” resolvieron correrse al verano boreal en lugar de quedarse en el invierno austral. Y eso afectó no sólo a la Argentina, sino a toda América Latina y a todos los países emergentes en general, incluyendo Turquía. Y recordemos que los capitales “golondrina” llegan a estas playas porque los gobiernos generan las condiciones para que lleguen. Esos capitales son necesarios para financiar la fiesta, señores.

El actual gobierno apostó a lograr inversiones y mejorar así el PBI para poder financiar el déficit luego de algunos años de endeudamiento. Y eso no funcionó.

El día que internalicemos en nosotros que no somos el centro del Universo y la Tierra no es plana empezaremos a hacer un buen diagnóstico para atacar los problemas que tenemos.

Durante varias generaciones el gasto público creció de manera impresionante. Hoy son casi 44 puntos del PBI cuando a comienzos de los 2000 no pasaba de 26 puntos como promedio histórico. Millones de personas subsidiadas, con tarifas “sociales”, boletos “escolares”, jubilaciones sin aportes, “capas geológicas” en las administraciones nacional, provinciales y municipales, entramados burocráticos de todo tipo. Impuestos, tasas, contribuciones, necesidades de autorizaciones y mil engendros más para intentar obtener algún recurso extra quitado a los privados para pasarlo al Estado.

Más del 60% de nuestros ingresos vuelve al Estado en forma de impuestos. Eso sin contar la inflación. Y los trámites y gestiones se multiplican para obtener “permisos” de lo que sea.

¿Cuánto cuesta el trámite de vender un auto usado y adquirir uno nuevo, u otro usado? ¿Cuánto cuesta transferir un inmueble? ¿Por qué razón no sirve un certificado médico para obtener el registro de conducir? ¿No se le reconoce al médico el título habilitante? Apenas simples ejemplos ¿Cuántas obligaciones debe cumplir una PYME cada mes para estar “en regla” con todas las presentaciones tributarias, previsionales, laborales, sindicales, societarias y de lo que sea? ¿Cuánto de la riqueza generada se va en trámites y gestiones? Así es como la productividad es baja y sólo es posible activar la economía mediante recursos devaluatorios de poco vuelo y menos duración.

Terminemos entonces diciendo que, menos en nuestra opinión, pensar en conspiraciones es lo último que haríamos. ¿Por qué no hay conspiraciones y corridas cambiarias en Uruguay, en Chile, en Colombia, en Bolivia, ¡en Brasil!....y sí las hay acá. Sólo para no abusar, ninguno de los países nombrados tiene el historial de “defaults” que tenemos nosotros. ¿No es una excelente razón para asustarse al primer indicio?

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