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Noam Chomsky, durante una conferencia en la Universidad de Sonora, en México, en 2018.
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Es uno de los mayores intelectuales vivos de la izquierda estadounidense. A sus 93 años, sigue en la brecha. En esta entrevista que concede en primicia a ‘Ideas’ habla de sí mismo, cosa poco habitual, y se muestra como un pensador pragmático
| | 16 Ene 2022
Noam Chomsky (Filadelfia, 93 años) sigue en la brecha. Escribe, da conferencias y entrevistas, y se sitúa en la primera línea de fuego por lo que cree justo. Forma parte del movimiento progresista europeo Diem25, ha disparado las alarmas sobre los riesgos del cambio climático y se ha convertido en azote del trumpismo. Es uno de los mayores intelectuales vivos de la izquierda estadounidense, pero también padre de la lingüística moderna al haber establecido, en los años cincuenta, la teoría de la gramática generativa. Prolijo autor, filósofo reputado y activista insobornable, fue detenido por oponerse a la guerra de Vietnam, entró en la lista negra de Richard Nixon y apoyó la publicación de los Papeles del Pentágono. Insobornable, pero también pragmático, se volcó, por ejemplo, en pedir el voto para Joe Biden en las elecciones de 2020. Desde 2017 reside en Tucson (Arizona), desde donde atiende esta entrevista [que no se pudo hacer presencial, ni de la que se pudieron hacer fotos por las precauciones covid] por videoconferencia. Con puntualidad también incorruptible, la melena cana del viejo profesor aparece en la pantalla a la hora precisa. Los años han agrietado su voz, pero no su pensamiento. Se extiende en las respuestas, pero no divaga y contesta a todos los matices. Su libro Sobre el anarquismo acaba de ser reeditado en español (Capitan Swing). El viejo profesor hablará sobre ello, pero también, algo que suele costarle, sobre sí mismo.
Pregunta. ¿De verdad escribió su primer ensayo con solo 10 años y versaba sobre la Guerra Civil española?
Respuesta. Sí, y puedo decirle la fecha exacta porque trataba sobre la caída de Barcelona, así que fue en febrero de 1939. No era un gran artículo, pero trataba la expansión del fascismo en Europa, en Alemania, Austria, Checoslovaquia… Desde mi punto de vista de un niño de 10 años, parecía que el mundo se iba a terminar, que el fascismo era incontrolable.
P. Ese niño trabajaba en un quiosco de prensa de Nueva York que regentaba su tío y se acabó convirtiendo en un centro de reunión de intelectuales europeos que podían pasar noches enteras discutiendo. ¿Aquello sembró una semilla en usted?
R. Hay una buena dosis de trágica ironía en esa pregunta. La mía era una familia de inmigrantes, principalmente desempleados. Yo crecí durante la Gran Depresión, a principios de los años treinta, pero reinaba una atmósfera de esperanza, aspiración y expectación debido al movimiento del trabajo. Ese movimiento había sido aplastado en los años veinte, pero estaba reviviendo. Había partidos políticos radicales, había debate, discusión, una sensación de que podíamos salir de aquello juntos. En Europa, la reacción a la Gran Depresión fue el fascismo, con Franco, Mussolini o Hitler, pero en Estados Unidos la reacción fue la democracia social. El new deal de Roosevelt llevó a una era de la democracia social moderna que luego fue repetida en Europa. Si mira las crisis actuales, en cambio, Europa aún se agarra a una democracia social, pero Estados Unidos se encamina al protofascismo, lo contrario de lo que ocurrió en mi infancia.
P. ¿Y esta pandemia no brinda también una oportunidad para ese tipo de catarsis, un “podemos salir de esta juntos”?
R. Debería serlo y hay algunas señales de ello si bajas al nivel de las comunidades. Encuentras a gente cooperando y ayudándose la una a la otra. Las favelas de Brasil figuran entre los lugares más miserables del mundo y durante esta pandemia hemos visto cómo las mismas bandas criminales que las tienen aterrorizadas están organizando a la gente para lidiar con esta situación y que se ayuden unos a otros. Pero si vamos a los líderes de los principales países te encuentras que monopolizan las vacunas y piden que las multinacionales farmacéuticas mantengan el exorbitante control de las patentes, unos derechos otorgados por un régimen neoliberal que es opuesto al verdadero libre comercio.
P. Dice que Estados Unidos está encabezando el camino al protofascismo, ¿Por qué los movimientos de extrema derecha están avanzando tanto, no solo en Estados Unidos, sino también en Europa?
R. El capital privado y la riqueza privada se han puesto a la cabeza. Por supuesto, siempre han dominado el sistema, también en España, pero en los últimos 40 años han ganado un poder y una riqueza abrumadores. Rand Corporation, que es una institución muy respetada, hizo un estudio sobre la transferencia de riqueza de la clase trabajadora a la clase alta y se encontró que el 90% de la población había perdido peso en la riqueza en favor de los más ricos, en favor del 1% más rico principalmente. Y hay muchas otras formas de robar a la gente. Ronald Reagan abrió la puerta a los paraísos fiscales, por ejemplo. Ha habido una época muy destructiva para los trabajadores. En términos reales, un trabajador varón gana lo mismo que en 1979. En Europa los programas de austeridad han dañado a los pobres y enriquecido a los ricos. Esto ha llevado a un resentimiento que es terreno abonado para demagogos como Donald Trump o Viktor Orbán y lo están capitalizando.
P. Un año después del asalto al Capitolio, ¿cuáles son las consecuencias?
R. Aquello fue un intento por derrocar un Gobierno electo. Y fue muy explícito por parte de Trump: “Las elecciones han sido robadas, vamos al Capitolio”. Un intento de derribar un Gobierno electo es un golpe de Estado. Fue un intento violento de golpe de Estado. Un grupo de republicanos rechazó formar parte y evitó que triunfase. Pero ese intento ha venido seguido ahora por un golpe blando, que está ocurriendo cada día ante nuestros ojos. Los republicanos están planeándolo de forma cuidadosa para que la próxima vez tenga éxito. [A través de reformas electorales en diferentes Estados conservadores] están asegurándose de que la gente que gestiona las elecciones tenga poder para anular votos y están aprobando decenas de leyes para impedir el voto de la gente equivocada, de minorías y pobres [a través del endurecimiento de requisitos para votar]. El Partido Republicano ya no es un partido político, es un partido neofascista. Estados Unidos es una sociedad avanzada tecnológicamente, y culturalmente, pero es premoderna en otros ámbitos. Y Trump es un demagogo muy efectivo, ha sabido agitar los venenos que corren bajo la superficie de la sociedad estadounidense y los ha sacado a la superficie. Ahora hay un grupo que lo venera como a un Duce II, elegido por Dios, es la gente que asaltó el Capitolio. La democracia estadounidense corre un grave peligro.
P. ¿Y cree que Trump podría presentarse o incluso ganar en 2024?
R. Es muy posible. Tiene una base rabiosa de devotos que lo adoran. A los líderes del Partido Republicano los tiene aterrorizados, todos corren a Mar-a-Lago [la zona de Palm Beach donde reside Trump] para lustrarle los zapatos y obtener su bendición. Si triunfan con el actual golpe en marcha, el de controlar y modificar el sistema electoral, pueden conseguir ganar. Recuerde que tenemos un sistema electoral muy reaccionario, que otorga a las áreas blancas, rurales y conservadoras una ventaja estructural abrumadora. Por ejemplo, en el Senado, un Estado como Wyoming, de 578.000 habitantes, tiene dos votos. California, con 40 millones, tiene dos votos. Si ahora EE UU quisiera entrar en la Unión Europea, la Corte Europea de Justicia se lo tumbaría.
P. ¿El primer año de gobierno de Biden ha sido más progresista de lo que esperaba?
R. Bueno, no esperaba mucho, francamente, pero los programas nacionales han sido mejores de lo que esperaba. En buena medida fueron diseñados por Bernie Sanders, que representa al ala más progresista del Partido Demócrata. Pero han sido recortados por la oposición y no se ha conseguido casi nada. El principal [el gran plan de reformas sociales llamado Build Back Better, que supone la mayor ampliación del Estado de bienestar en décadas] es tremendamente necesario. Estados Unidos es un país rezagado en prestaciones sociales. Mire por ejemplo el permiso de maternidad, hay alrededor de seis países en el mundo que no lo tienen. Pues los republicanos se oponen [a implementarlo]. Y Joe Manchin [el senador demócrata centrista] lo ha bloqueado. Es el país más rico del mundo, pero los intentos por desarrollar unas medidas sociales simples están bloqueados por el capital privado y la ideología neoliberal.
P. ¿Usted se sigue considerando anarquista? ¿Qué significa eso?
R. Es un término que se ha usado de muchas maneras, igual que liberal, conservador, socialista o marxista. La idea básica es que cualquier forma de jerarquía, dominación o autoridad en cualquier aspecto de la vida debe justificarse y demostrarse legítima, no está justificada de por sí. Si una comunidad decide de forma democrática seguir unas normas de tráfico, como circular por la derecha y detenerse ante un semáforo en rojo, se está sometiendo a una autoridad, pero se puede argumentar que es legítima. Sin embargo, muy pocas relaciones resisten esta crítica y el trabajo de un anarquista es descubrirlas, revelarlas y hacer que la gente debata sobre ellas para ver si las legitiman o las cambian. Ni siquiera el primer paso es fácil. Si le hubieras preguntado a mi abuela si estaba oprimida, ella no hubiera sabido ni de qué hablas. Las mujeres vivían como se suponía que debían, haciéndose cargo de la casa, de los hijos y obedeciendo a su marido. No era opresión, era la vida. Descubrir que eso es opresión requiere un trabajo.
P. ¿Y en el trabajo?
R. ¿Qué es un empleo? Para la mayoría de la gente significa pasar la mayor parte del tiempo que estás despierto siguiendo las órdenes de un jefe totalitario, que puede dar órdenes de un modo que ni Stalin hubiese soñado. Stalin no hubiese podido decirle a alguien que tiene cinco minutos para ir al baño o que no puede hablar con el compañero de al lado. Quizá tengas un jefe amable que te lo permita, pero es su decisión. A eso se le llama tener un empleo, y la gente reacciona como mi abuela, pensando que es lo normal. Al principio de la revolución industrial los trabajadores se opusieron a esta forma de autocracia que les quitaba sus derechos y su dignidad. Es algo que se está reviviendo. De hecho, mucha gente está rechazando volver al trabajo con esta llamada Gran Dimisión, están diciendo eso a su propia manera.
P. Pero la economía necesita un cierto grado de organización y eso implica autoridad.
R. Claro, tiene usted un ejemplo en España. Fíjese en la Cooperativa Mondragón, ha estado ahí desde los años cincuenta y es un conglomerado propiedad de los trabajadores y gestionado en buena medida por ellos. Puede encontrarle fallos, pero en buena medida, hasta un punto infrecuente en el mundo, es un conglomerado exitoso que se basa en la idea de que los participantes en una comunidad deben controlarlo.
P. En su libro habla del consentimiento, la aceptación de la autoridad por parte de la gente aunque no esté justificada. ¿Qué es más natural en el ser humano, el hambre de libertad o la necesidad de autoridad?
R. Nuestra naturaleza como participantes del orden social tiene muchas opciones y puede creer muchas cosas. Los liberales clásicos, como Wilhelm von Humboldt, creen que nuestro instinto es la libertad. Creen que la esencia de la naturaleza humana es la libertad frente a la coacción arbitraria. El pensador liberal clásico en Inglaterra, John Stuart Mill, pensaba que una empresa debía ser propiedad de los trabajadores y debían gestionarla. Eso es el liberalismo clásico. Por supuesto, todo esto fue aplastado por el capitalismo, que tomó un curso diferente de autoridad y dominación y, en su forma más extrema y salvaje, el tipo de neoliberalismo impuesto en los últimos 40 años, con efectos devastadores en todas partes.
P. ¿Se considera un pensador pragmático?
R. Sí, deberíamos hacer lo que podemos, no buscar lo que no podemos. No tienen sentido los gestos románticos, que no solo van a fracasar, sino que van a llevar a los peores resultados. Debemos afrontar el mundo tal y como es y actuar para mejorarlo. Yo tenía amigos en los años sesenta que decidieron que querían una revolución, así que iban a una fábrica, por ejemplo, de General Electric, y empezaban a repartir ejemplares del Libro Rojo de Mao a las puertas, para organizar a la gente para hacer esa revolución. Puede imaginarse lo que pasó, ese no es el modo en el que se logra un cambio. Lo que hicieron fue fortalecer el apoyo a la reacción y el apoyo a la guerra. Tienes que afrontar el mundo como es, no como te gustaría. Tienes que intentar construir el mundo que te gustaría, pero enfrentándote a él tal y como es.
Conservador ante el cambio global
Chomsky, por extraño que suene, se define como conservador ante el cambio social. “De entre los muchos usos del término conservador, uno es el liberal clásico. El término se sigue usando, pero no en el sentido en el que sus creadores pensaban. Wilhelm von Humboldt dijo que si el artesano producía algo hermoso a la orden, admiraremos lo que ha hecho, pero despreciaremos lo que es, alguien que trabaja a la orden, no en función de lo que crece en su desarrollo interno. Eso es el núcleo del liberalismo clásico y en ese sentido soy conservador. Además, en otros aspectos, creo que nuestras instituciones básicas necesitan cambios muy sustanciales y radicales, pero no creo que se pueda hacer así como así. Tienes que construir un debate para ello”, explica.
Cuando se le pide un ejemplo, señala el movimiento de derechos de las mujeres, que data de siglos pero que obró un gran cambio en los sesenta. “¿Cómo se logró? Grupos de mujeres, jóvenes sobre todo, se reunieron, mantuvieron debates, descubrieron y pensaron en los tipos de opresión que existían, decidieron que no tenían por qué someterse, organizaron a otras mujeres y crearon un movimiento a gran escala. Con eso, antes o después tendrás cambios sustanciales. Pero no es un proceso fácil, muchos lo rechazan y dirán que quieren esa autoridad”.
El intelectual estadounidense se muestra exasperado ante la respuesta política al calentamiento global. “La destrucción medioambiental está viniendo, nos guste o no, y nuestras instituciones no están en una situación en la que pueda lidiar con ello, como vimos en Glasgow [en la conferencia del clima]. La principal decisión que tomaron fue aplazar la decisión hasta el año que viene y, mientras, la tierra está ardiendo”, explica. A su juicio, “los grandes bancos dicen palabras bonitas sobre la necesidad de hacer algo, pero lo que están haciendo es financiar las energías fósiles con billones de dólares. Esas son nuestras instituciones y, si no podemos controlarlas, estamos acabados”.
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