22 de Febrero de 2025
Internacional

La historia negra de BP y sus socios del Golfo

En su brillante libro El ejército de Halliburton, el periodista estaduniense Pratap Chatterjee, editor de Corp Watch y habitual colaborador de Democracy Now! narra el ascenso de la compañía hasta transformarse en el mayor gigante empresarial en la gestión de la guerra, y deja en claro que la empresa es un producto directo de la privatización de la defensa militar puesta en marcha por el gobierno estadunidense en las últimas décadas.
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*Tanto British Petroleum como su asociada, la estadunidense Halliburton, han protagonizado accidentes y componendas con el poder político; ahora confían en que sus amigos en Washington les salven el pellejo

Agencias . | Ciudad de México | 20 Jun 2010

Mucho antes de llamarse British Petroleum (BP), una operación de lavado de imagen que de poco le ha servido, la petrolera ostentaba un nombre mucho más prosaico y revelador de sus orígenes: Anglo Iranian Oil Company, o simplemente AIOC, a secas.

Acostumbrada a sacar tajada de sus contactos con el poder político y a inmiscuirse en los asuntos internos de los países en los que opera, la petrolera inglesa tiene tras de sí un profuso prontuario en el que abundan golpes de Estado, negocios turbios, pueblos contaminados y accidentes que se podrían haber evitado si la seguridad fuera su norte y no el afán de obtener la mayor cantidad posible de beneficios económicos.

Su socio en las operaciones de extracción en el Golfo de México, la estadunidense Halliburton, no se queda atrás a la hora de mostrar su currículum delictivo.

Ambas empresas han provocado el mayor desastre ecológico desde que existen los océanos y en esta historia, negra como el petróleo, se encuentran también las claves de la tragedia reciente, de lo mucho que se podría haber hecho para evitarla y el por qué no se hizo.

UNA EMPRESA DEL IMPERIO

No habían pasado 40 años desde que el estadunidense Edwin Drake extrajera el primer barril de petróleo de la historia cuando un británico acaudalado y aventurero llamado William Knox D’Arcy, fascinado por las predicciones de un ignoto geógrafo francés sobre la posibilidad de que se encontraran yacimientos en Persia, se lanzara en busca del oro negro.

A precio de gallina muerta —20 mil libras y 16 por ciento de las futuras ganancias durante 60 años— Knox obtuvo del Gran Visir persa la concesión para explorar una superficie equivalente a 80 por ciento del actual Irán.

Corría el año 1901 y los primeros resultados hicieron temer a Knox un fracaso, pero el 26 de mayo de 1908 la fortuna le sonrió cuando se descubrieron los grandes pozos de Masgid Soliman. El petróleo brotaba a menos de 15 metros bajo el suelo y la historia del país estaba a punto de cambiar para siempre.

Ante la magnitud del descubrimiento se pone en pie en Londres la Anglo-Persian Oil Company (que en 1935 cambiaría de nombre a Anglo Iranian Oil Company y en 1954 a British Petroleum Company). El gobierno no tarda en adquirir 51 por ciento de las acciones, con lo cual la AIOC se transforma en una empresa del imperio.

Pronto empiezan los problemas políticos: a principios de los años veinte llega al poder Reza Khan, un oscuro militar y ex ministro de Guerra en Irán que no duda en proclamarse Sha e inaugurar una turbia dinastía.

Siguiendo los pasos del nacionalista turco Ataturk, el nuevo Sha limita los contratos, sube las regalías y le prohíbe a la empresa construir oleoductos, pero ya es demasiado tarde.

El negocio es tan magnífico que la AIOC se ha vuelto un estado dentro del estado, tiene barcos y una línea aérea propia, un gobierno con funcionarios y jurisdicción territorial y en algunos sitios hasta se da el lujo de pagar los impuestos directamente a los jefes de las tribus en las que se encuentran los yacimientos antes que al gobierno iraní.

En 30 años sus beneficios multiplicaron por 25 la inversión inicial y el estado inglés había recibido más dinero en impuestos de la Anglo Iranian que el propio gobierno persa.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, Reza Khan jugó sus fichas con Hitler y perdió. Con el Sha obligado a abdicar en agosto de 1941, Irán se transformó en un poco encubierto protectorado británico en manos de su hijo, Reza Pahlevi, un fiel colaborador de los Aliados.

Pero a principios de la década de los cincuenta irrumpe en la vida política el nacionalista Mohammad Mossadeq, que se transforma en primer ministro y nacionaliza el petróleo, acabando con la AIOC, a la que denomina “la fuente de todas las desventuras de esta torturada nación”.

La petrolera no se queda con los brazos cruzados y rápidamente comienza la labor de desestabilización del nuevo gobierno.

Con la colaboración de la CIA, comandada en esos años por Allen Dulles, se pone en marcha un golpe de estado que acaba con la destitución de Mossadeq en 1953, luego de un baño de sangre que cuesta la vida de al menos 300 personas.

El Sha impone entonces una violenta dictadura, asesina a los enemigos políticos de la compañía y restituye a la futura BP parte de su poderío, ya que las compañías estadunidenses se quedan con parte de la torta.

El episodio es tan traumático que sienta las bases de un profundo descontento popular que tendrá su punto culminante 26 años después, cuando en 1979 la revolución islamista derroca al Sha expulsando a la compañía definitivamente del país.

BP, mientras tanto, ha extendido sus tentáculos por todo Medio Oriente, y teje y desteje en la siempre complicada política regional que late al ritmo del petróleo. Hasta su privatización en 1976 la petrolera no deja de ser un ariete de los intereses de la Corona británica.

Ya transformada en compañía privada no pierde los vínculos políticos y con la llegada de los neoconservadores de Ronald Reagan al poder en Estados Unidos, consolida su influencia sobre ese gobierno. Mientras tanto, su prontuario se mancha con el apoyo descarado al apartheid sudafricano, suministrándole hidrocarburos a su ejército racista.

Durante las últimas décadas, BP afina su puntería política. En Colombia la denuncia en 1997 Amnistía Internacional por perseguir a “miembros de las comunidades locales implicados en protestas legítimas contra las actividades de las compañías petroleras”, aliada con paramilitares y fuerzas policiales que previamente han sido entrenadas en contrainsurgencia por la Defense Systems Limited, una empresa de seguridad privada contratada por la petrolera para que cuide de sus instalaciones.

Su última operación política de envergadura fue la participación en el golpe de estado de 1993 que desalojó del poder en Baku al presidente elegido democráticamente Abulfaz Elchibey para poner al frente de Azerbaijan al ex responsable del KGB soviético, Heydar Aliev, otro dictador sangriento incorporado al catálogo de amigos de la vieja Anglo Iranian.

Con Reagan en el poder se comienza a regalar a las petroleras una legislación que les permite bajar costos gracias a menores exigencias en su política de seguridad y medio ambiente.

El punto culminante de esta tendencia política lo llevará a la práctica George Bush hijo a partir de 2000: bajo su administración se le pone incluso un techo legal de 75 millones de dólares a las indemnizaciones que las empresas del sector deben pagar ante eventuales catástrofes ecológicas.

Ante semejante desatino, la política de BP había sido simple: para qué gastar fortunas en seguridad si una catástrofe cuesta moneditas. Sin embargo, Barack Obama consiguió que British Petroleum pague 20 mil millones de dólares destinados a un fondo para compensar a las víctimas.

Los resultados saltan a la vista: en 1991 un estudio del Citizen Action de Washington, basado en los análisis de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente, colocaba a BP entre los 10 principales grandes contaminadores del país.

En la última década la empresa trata de lavarse la cara, sobre todo luego de la gigantesca catástrofe que tiene lugar en Texas en 2005, cuando la explosión de una de sus refinerías deja 15 trabajadores muertos, 180 heridos y 43 mil personas desplazadas.

La investigación concluye que las explosiones fueron causadas “por las deficiencias de la empresa en todos los niveles”, pero altos funcionarios del Departamento de Estado impidieron que la sangre llegara al río.

La empresa terminó pagando una multa irrisoria de 50 millones de dólares.

Los amigos políticos valen su peso en oro. Incluso ahora, con la llegada de la administración Obama, menos propensa a los cantos de sirena de la industria petrolera y ante el aprieto en el que se encuentra la empresa por lo ocurrido en el Golfo de México, BP sigue teniendo en su agenda personajes poderosos a quienes recurrir si hace falta.

Según la revista Newsweek, el actual director de la CIA, Leon Panetta; el enviado de Obama a Medio Oriente, George Mitchell; el actual Ministro de Salud Pública, Tom Daschle, y la ex administradora de la EPA, Christine Todd Whitman, son sólo algunos de los personajes influyentes que mantienen vínculos con la empresa.

Resta por ver si semejante lobby alcanza para salvarle el pellejo ante el mayor desastre ecológico que ha tenido que enfrentar la compañía en toda su historia.

HALLIBURTON: GUERRA Y NEGOCIOS

Asociada a BP en la tragedia que contamina las aguas del océano Atlántico desde hace ya más de ocho semanas, se encuentra otra empresa con un prontuario de solera.

Conocida por su amplia participación en la guerra de Irak y por ser la compañía que dirigió antes de llegar al gobierno el ex vicepresidente estadunidense Dick Cheney, Halliburton es hoy la principal compañía de servicios petroleros de Estados Unidos y la quinta mayor concesionaria militar del Pentágono.

La empresa responsable de colocar el sellado de cemento que falló en el pozo petrolero abierto en el Golfo tiene unos 10 mil trabajadores en todo el mundo y gana más de 15 mil millones de dólares al año.

Hasta la llegada de George Bush hijo al poder, era una compañía importante pero ignota. Pero la elección de Dick Cheney, su ultraconservador consejero durante los años noventa, como vicepresidente, le dio la oportunidad de saltar en el ranking de un modo vertiginoso.

En su brillante libro El ejército de Halliburton, el periodista estaduniense Pratap Chatterjee, editor de Corp Watch y habitual colaborador de Democracy Now! narra el ascenso de la compañía hasta transformarse en el mayor gigante empresarial en la gestión de la guerra, y deja en claro que la empresa es un producto directo de la privatización de la defensa militar puesta en marcha por el gobierno estadunidense en las últimas décadas.