22 de Enero de 2025
Internacional

En busca de los desaparecidos de México


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*En el país cosechamos dolor y muerte

| | 14 May 2024

Fotografías y texto por Manuel Bayo Gisbert


 


Mi pareja de entonces y yo estábamos en la carretera, a las afueras de Ciudad de México, filmando una película experimental cuando un grupo de hombres armados se acercó a nosotros. Nuestro error fue utilizar una cámara en el lugar equivocado y en el momento equivocado.


Nos secuestraron cerca de Parres, un pueblo donde la pobreza y la corrupción han creado un espacio seguro para las bandas criminales. Los hombres nos llevaron a un acantilado, donde nos torturaron y abusaron sexualmente de nosotros, todo mientras nuestras familias, al otro lado de la línea telefónica, nos oían gritar de dolor y suplicar por nuestras vidas.


Catorce horas más tarde, después de que nuestras familias pagaran un rescate de 1500 dólares, nos dejaron en libertad.


Una vez en casa, volví a ser rehén; esta vez, de mis propios temores. Paranoico de que los hombres armados pudieran volver por nosotros o nuestras familias. Para recuperar mi vida, tenía que entender qué me ocurrió y por qué.


Busqué respuestas en las historias de quienes también fueron secuestrados, pero que, a diferencia de mí, nunca regresaron. Acudí a las familias de los desaparecidos en México.


El hermano de Ivonne fue raptado en Chilpancingo en 2013. Su madre murió sin volver a ver a su hijo.


El hermano de Hilda y Cheli, Rafael, fue ilegalmente detenido por el ejército mexicano en 1976 en el estado de Guerrero. Sigue desaparecido.


Miguel Ángel tiene siete hermanos. Cuatro están desaparecidos. Desde hace más de 10 años, Miguel Ángel ha dedicado su vida a buscar fosas comunes clandestinas en las que pudieran estar enterrados sus hermanos.


El marido de Justina, Abelardo, era pariente y mano derecha de un líder guerrillero llamado Lucio Cabañas. Abelardo fue detenido ilegalmente por el gobierno y desapareció de El Conchero en 1974.


En la década de 1970, soldados irrumpieron en casa de Quirina, en El Ticuí, y amenazaron a su familia. Se llevaron a su hermano Cirino, desaparecido desde entonces.


Una larga historia de desapariciones


Un momento clave en la historia de mi país: en 1965, un grupo de maestros rurales y campesinos atacaron un cuartel militar en Ciudad Madera, una pequeña localidad del estado de Chihuahua. Los manifestantes, convertidos en guerrilleros, que demandaron la distribución justa de las tierras de cultivo fueron asesinados. “Era tierra por lo que peleaban, ¿no? ¡Pues denles tierra hasta que se harten!”, dijo el gobernador de Chihuahua, Práxedes Giner Durán, cuando ordenó enterrar los cadáveres en una fosa común.


Esta historia se repitió la década siguiente, cuando los campesinos de las montañas de Atoyac de Álvarez, guiados por un maestro, Lucio Cabañas, tomaron las armas, una vez más pidiendo igualdad. La respuesta: el ejército y los servicios de seguridad nacional mexicanos se llevaron a unas 500 personas de Atoyac y sus alrededores. Sus familiares siguen buscándolos en las selvas de Guerrero.


En los años siguientes, las brutales acciones de contrainsurgencia y el maltrato auspiciado por el gobierno dejaron a miles de familias incompletas y con heridas.


En Ciudad Juárez, al norte del país, en la frontera con Texas, cientos de mujeres fueron violadas, asesinadas o desaparecidas entre 1993 y 2003, muchas de ellas a manos del crimen organizado. El cruel trato que se dio a estas mujeres —conocidas como las muertas de Juárez— fue un punto de inflexión en México. Poco después, en 2006, el nuevo presidente, Felipe Calderón, declaró la guerra contra el narco, una campaña dirigida por el ejército cuyo supuesto objetivo era erradicar la violencia. Lo que se consiguió fue un enorme aumento de las desapariciones y las muertes. A aquello le siguieron masacres; aparecieron cadáveres torturados por todo el país.


La violencia siguió en aumento. Al final del mandato del presidente Calderón, en 2012, había más de 25 mil personas desaparecidas; hoy, la cifra oficial supera las 116 mil. Pero muchas desapariciones nunca se denuncian. La cifra real podría llegar a las 500 mil.


He entrevistado y fotografiado a más de 200 sobrevivientes y familias de desaparecidos. Los detalles varían, pero muchas de sus historias se repiten.


Mi hija desaparece un 28 de junio de 2018 … Mi esposo desapareció el 29 de septiembre de 2021 … Mi hermana desapareció el 29 de … Hoy, ya cumple cinco años, siete meses de desaparecida … Mi papá va para 49 años de desaparecido. Se lo llevaron en … Entonces nos vuelven a hablar y nos dicen que querían rescate, que porque lo tenían … Los torturaron, los secuestraron … Lo encontramos ya fallecido en el SEMEFO de Pachuca … No es justa. La ley no es justa … El sentir, el extrañarle, el pensarle… Pero, pero yo veo la esperanza … A ellos no les importa el dolor de una madre de desaparecidos …


Una tierra contaminada por la violencia


En los meses posteriores a mi secuestro, me uní a la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, una organización que conecta los cientos de colectivos de búsqueda que existen a lo largo de México. En 2021, ese trabajo me llevó al estado de Veracruz, en el golfo de México.


Durante más de 10 años, Veracruz ha estado asediado por la violencia de cárteles rivales. Un grupo de familias que ahí buscaba a sus seres queridos desaparecidos, descubrió lugares donde los cárteles llevaban a sus víctimas para ser “cocinadas”. Durante una de esas búsquedas, descubrí lo que parecían ser unas piedritas oscuras en el suelo que se deshacían al tocarlas; lo que tenía en la mano eran, en realidad, restos humanos carbonizados.


Los habitantes del lugar dijeron que cuando los cárteles incineraban los cuerpos solían ver llamas por la noche. Nos contaron que siempre, a la mañana siguiente, la Marina llegaba a limpiar el lugar. Ni cuerpos, ni pruebas, ni crímenes. (El gobierno mexicano no respondió a estas acusaciones, ni a otras en las que se alega que las fuerzas armadas y la policía han participado en desapariciones forzadas).


Las “cocinas” de cuerpos en Veracruz son parte de una larga lista de iniciativas presuntamente auspiciadas por el gobierno para encubrir los crímenes de los cárteles. En todo el país, las organizaciones criminales dictan estrictos toques de queda y amenazan con asesinar o secuestrar a cualquiera que no los acate, algo aceptado tácitamente por las fuerzas de seguridad municipales. Cada día, mueren en promedio decenas de personas a manos de los grupos criminales o paramilitares, y sus cadáveres pueden aparecer en congeladores, enterrados en fosas comunes clandestinas o abandonados a plena luz del día en plazas y parques.


En 2014, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecieron a manos de la policía y los cárteles del lugar con la complicidad del ejército. Una investigación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre su paradero terminó cuando los investigadores señalaron reiteradas falsedades y obstrucciones por parte de las fuerzas armadas en su proceso de investigación.


Un exsecretario de la Defensa Nacional que fue acusado en Nueva York por presuntamente aceptar sobornos para proteger a los líderes de los cárteles fue devuelto a México, al parecer tras las presiones del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador. (El exsecretario fue exonerado después de que el fiscal general de México no hallara pruebas de delito).


El presidente López Obrador, quien fue elegido bajo la promesa de poner fin a la violencia derivada del Estado, ha ampliado enormemente el control del ejército y, durante su mandato, se han alcanzado las tasas más altas de homicidios de la historia reciente de México.


Nuestra tierra guarda los secretos.


En México, cosechamos dolor y muerte


El 19 de agosto de 2023, tres años después de mi secuestro, mi tío Fernando Bayo fue raptado por cuatro hombres armados en Acapulco. Siete horas más tarde fue encontrado estrangulado con un cable. Me sentí aliviado al ver su cuerpo aparecer. Por lo menos, gracias a los esfuerzos de algunos miembros de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, sabíamos qué le había pasado.


México es una sociedad a la que se ha enseñado a seguir adelante, no a recordar. Sin embargo, algunos seguimos resistiendo, cada quien a su manera: defendiendo nuestros territorios de los grupos criminales, localizando fosas clandestinas en las que los desaparecidos puedan estar enterrados, documentando las muchas historias de las familias y comunidades destrozadas.


En 2022, algunas familias de los desaparecidos renombraron una glorieta en Ciudad de México como la Glorieta de las y los Desaparecidos; fue un intento de convertir el espacio, con un árbol muerto al centro, en un memorial. La respuesta del gobierno fue colocar vallas metálicas rodeando el lugar, que posteriormente las familias pintaron y cubrieron con los rostros de sus seres queridos desaparecidos. Hoy, la glorieta es un constante recordatorio de que esas personas existieron.


Tenemos que reclamar lo que la ola de violencia nos arrebató, por muy lejos que tengamos que ir a buscarlo.


A veces, estoy convencido de que estar muerto es más fácil que tener que vivir con el dolor que soportan las personas afectadas por la violencia, ya sean víctimas, testigos o los perpetradores mismos. Cada vez que veo a alguien cavando en las selvas y en los terrenos baldíos en busca de sus hijos, y de un cierre para su duelo, pienso en que la violencia los ha convertido en los cosechadores de México: cosechan dolor y muerte.


¿Qué otra cosa puede recoger un país cuando lo único que siembra son cadáveres?