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Foto: Agencias .
*Un Donald Trump ensangrentado detuvo a los agentes del Servicio Secreto para crear una imagen histórica. El momento ilustró la conexión visceral que lo une a sus seguidores y su dominio de esta era mediática
The New York Times . | Nueva York, EU. | 16 Jul 2024
Donald Trump estaba de pie otra vez.
Acababa de recibir un disparo, su camisa blanca estaba desabrochada y ya no tenía en la cabeza la gorra roja. La sangre le recorría el rostro mientras hombres armados patrullaban el perímetro del escenario. Un grupo de agentes del Servicio Secreto apretaron sus cuerpos contra el suyo. “Hay que irnos, hay que irnos”, suplicaba uno.
“Esperen, esperen, esperen, esperen”, les indicó el expresidente; su voz era una orden preocupada pero sorprendentemente clara. De mala gana, se detuvieron. Él miró hacia la multitud.
Luego su brazo se extendió hacia el cielo y empezó a dar puñetazos al aire.
La multitud empezó a corear: “¡U-S-A! ¡U-S-A!”, mientras los agentes movían a Trump con lentitud hacia las escaleras. Cuando llegaron al último peldaño, se detuvieron una vez más para que Trump pudiera levantar el brazo un poco más y agitar el puño un poco más deprisa. La multitud rugió un poco más fuerte.
Es difícil imaginar un momento que encarne mejor la conexión visceral que tiene Trump con sus seguidores y su dominio de la era moderna de los medios de comunicación.
Trump no iba a abandonar el escenario sin hacerle saber a sus seguidores que estaba bien, aunque algunos siguieran gimiendo de miedo. Y no se limitó a saludar o asentir con la cabeza, sino que levantó el puño en señal de desafío por encima de su rostro ensangrentado, creando una imagen que la historia no olvidará.
Trump siempre ha sido muy consciente de su aspecto en los grandes momentos, practicando su mirada de Clint Eastwood y preparándose para el mohín malévolo de su foto policial. Pero aquí no hubo tiempo para prepararse.
Esto fue instintivo.
Cuando los agentes lo ayudaron a incorporarse, trastabilló: “Déjenme ponerme los zapatos, déjenme ponerme los zapatos”.
“Le ayudo, señor, le ayudo, señor”, respondió un agente. Trump se levantó, con la voz titubeante al inicio, sin dejar de repetir: “Déjenme ponerme los zapatos”.
“Póngase eso en la cabeza”, le dijo un agente, “tiene sangre”.
“Señor, tenemos que ir a los coches”, le dijo otro.
“Déjenme ponerme los zapatos”, volvió a decir Trump.
Feroz por un momento, al siguiente parecía agotado y afectado.
Cuando los agentes consiguieron que saliera del escenario, lo condujeron hacia una Chevrolet Suburban que estaba lista para partir. Él empezó subir, pero antes de que la puerta pudiera cerrarse, se volvió de nuevo hacia la multitud. Su cabeza parecía más ensangrentada que antes. Levantó el puño una vez más.
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