27 de Enero de 2025
Cultural

La enfermera milagrosa  


Foto: Agencias .

*A veces, hay razones en el mundo que la razón no entiende

Miguel Valera . | Xalapa | 26 Ene 2025

Aunque los conocí corriendo en el Cerro del Macuiltépetl, en Xalapa, un día, al terminar un medio maratón en el puerto de Veracruz nos hicimos grandes amigos luego de que los invité a comer los “Tacos David”, de cochinita pibil, en Valentín Gómez Farías casi con Esteban Morales, junto al edificio administrativo del periódico Notiver. “Son los mejores; están aquí desde 1975”, les dije, mientras comentábamos la diferencia, el cansancio y desgaste físico de correr a mil 600 metros sobre el nivel del mar.


Higinia y Adolfo eran una pareja saludable. El deporte se había convertido en un hábito, en algo que formaba ya parte de su vida. Aunque fueron runners desde su infancia, influenciados por sus padres en los años 70, fue después de la pandemia del COVID-19 que tomaron en serio esta práctica, tocados por la ola internacional que vio en el deporte la prevención de muchos males.


Cada vez que me los encontraba, siempre le recordaba a ella que estaba haciendo honor a su nombre, porque Higinia en griego significa “sano, con buena salud”. Ella sonreía sin detenerse, para concluir la rutina diaria. El día que cayó enferma, de gravedad, me dijo Adolfo, mientras lo acompañaba a desayunar a Flor Catorce en Morelos 1, muy cerca de la clínica 11 del IMSS donde Higinia estaba internada.


“No sabemos aún qué es, pero los doctores me dicen que es algo grave, porque todos sus niveles estaban en estado crítico; apenas le están haciendo los estudios completos”, me dijo, mientras daba sorbos a un capuchino caramelo inglés e intentaba comer una big Crunch quesadilla con pico de gallo y guacamole. “Tengo que poner todo en orden”, expresó al despedirse, porque esperaba un desenlace fatal.


Un mes después, cuando comimos en su casa de Los Berros, lo que Higinia me contó, me sorprendió sobremanera. En una de las noches más críticas, cuando ya los médicos le habían dicho que su salud estaba colapsada, al borde de la muerte, muy entrada la noche una enfermera se le acercó y le puso una inyección en el suero que tenía conectado. “Esto puede ayudarte”, señaló.


“Yo estaba completamente consciente, en mis cinco sentidos”, me dijo. “La mujer, con uniforme de la clínica se acercó, me comentó que todos teníamos que estar preparados. La vida es corta, estamos de paso, hay que prepararnos para el último viaje. Algunos llegan aquí para su última batalla, otros se regresan a casa. Detrás de la vida y en estas situaciones límite siempre hay misterios”, sentenció.


“Lo recuerdo todo perfectamente. Me puso la inyección y me quedé dormida. Al otro día amanecí con hambre. Cuando le conté a la primera enfermera lo que me había pasado en la noche, me miró sorprendida, con los ojos desorbitados. Anoche no tuvimos ninguna guardia; nuestra compañera se enfermó y no pudo llegar”, soltó a bocajarro.


“No, no puede ser, le insistí. Aquí estuvo una enfermera, me puso una inyección y me habló del destino final, le dije. Lo que pasó después ya que Adolfo te lo cuente. Ese día mejoré radicalmente; los médicos se sorprendieron; me hicieron nuevamente estudios y todo empezó a mejorar. Mírame, aquí estoy, por abrir esta botella de vino, para festejar la vida. ¿Por cuánto? No lo sé. Lo único que sé es que estuve en el umbral y esa enfermera de la Clínica 11 del IMSS me salvó. A veces, —cerró su conversación— hay razones en el mundo que la razón no entiende”.


Esa noche, después de descorchar dos botellas y cenar un fetuccini en salsa de tomate, con camarones, el mejor que había probado en mi vida, me fui feliz, caminando por el parque de Los Berros, feliz por la vida de mis amigos y por la historia de esta enfermera milagrosa que había salvado la vida a mi querida Higinia.