De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), que el INEGI publicó en mayo de este año, la tasa de fecundidad pasó de 2.7 hijos por cada mujer en 2018 a 1.6 en 2023, muy por debajo de la tasa de reemplazo, de 2.1, necesaria para mantener una población a largo plazo.
Como consecuencia de los cambios socioeconómicos, en la década de 1960 empezó a disminuir la fecundidad en México, sobre todo en sectores urbanos y con mayor escolaridad.
“A las mujeres que comenzaron a tener menos hijos se les puede considerar pioneras”, señala Isalia Nava Bolaños, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. “Fueron mujeres muy escolarizadas y urbanas”.
En la década de 1970, la tasa de fecundidad continuó disminuyendo, aunque todavía era muy alta: 4.2 hijos por mujer. Pero, a partir de los años 80, hubo reducciones muy significativas en la tasa de fecundidad como resultado de la política de población en el país.
Dicha política estaba enfocada básicamente en disminuir el crecimiento poblacional, dado que las proyecciones demográficas de mediados de la década de 1970 señalaban que la población del país se duplicaría en 20 años si no se tomaban medidas.
Para lograr esta reducción fueron muy importantes los programas de planificación familiar y el uso masivo de métodos anticonceptivos, a lo que se sumaron los cambios en las normas sociales y una mayor escolaridad de las mujeres.
Para 1997, la tasa de fecundidad era de 2.7 hijos por mujer, una disminución muy importante si se compara con la tasa de fecundidad de los años 60, que era de 7.3 hijos por mujer.
“Entre todos los factores que fueron importantes en la reducción de la tasa de fecundidad, destaca el de la educación, que permitió que las mujeres se sintieran más empoderadas, que tomaran sus propias decisiones, que participaran en el mercado laboral y en la sociedad ejerciendo sus derechos, algo que no era posible sin escolaridad”, dice la investigadora.
Y agrega: “Ahora también están más informadas en temas de salud y en el uso de los métodos anticonceptivos”.
El bono de género
“A medida que se reduce el tamaño de la familia y aumenta la escolaridad de las mujeres, también aumenta su participación en el mercado laboral”, indica la especialista universitaria.
“Este fenómeno tiene una serie de consecuencias, y una de ellas, al menos en términos económicos, es el denominado bono de género, que se refiere al potencial beneficio económico que se puede obtener con el incremento de la participación femenina en actividades económicas”.
Cuando aumenta su participación en el mercado laboral, se generan “beneficios económicos para ellas, para sus hogares y también para la economía del país”, explica la demógrafa Nava Bolaños.
Embarazo adolescente
Si bien se ha reducido la tasa de fecundidad, esta disminución no es pareja en todo el país: en algunos estados del sur la tasa de fecundidad es más alta que el promedio nacional.
A esto se suma el problema de los embarazos en adolescentes.
“Comparados con otros países, tenemos altas tasas de embarazo adolescente, con repercusiones negativas en la salud y la educación de la mujer, y, por lo tanto, en su inserción en el mercado laboral y en la posibilidad de contar con ingresos, así como en su desarrollo humano”.
El embarazo adolescente es un problema que debemos resolver como país con políticas públicas enfocadas a atender a estos grupos de la población que se quedan en condiciones de desventaja y ven mermados sus derechos.
Aumenta la población de personas mayores
Mientras que la tasa de fecundidad ha disminuido, se ha registrado, por otro lado, un aumento en la población de personas mayores. La disminución de la mortalidad, seguida de la disminución de la fecundidad de manera acelerada, se refleja en el envejecimiento demográfico: conforme disminuyen los nacimientos, aumenta la población en edad intermedia y en edades avanzadas.
La pirámide poblacional, la estructura demográfica del país, va a ir envejeciendo y aumentando la participación absoluta y porcentual de la población en edades avanzadas, en un proceso permanente.
En el caso de México, una particularidad de este fenómeno es que fue acelerado en comparación con las sociedades europeas, y en menos de cuatro décadas se alcanzarán porcentajes de población en edades avanzadas a los que los países europeos llegaron en más de dos siglos.
“Ahora tenemos un país con una mayor población en edad avanzada, lo que representa un reto porque tenemos menos tiempo para lograr el desarrollo social y económico para atenderlos”.
A medida que aumenta esta población, la fuerza laboral disminuye porque vamos avanzando hacia el proceso de envejecimiento demográfico y no hay quien sustituya a la población trabajadora.
Esto genera una presión para quienes participan en la actividad económica, ya que la población en edades avanzadas depende, en gran medida, de la población económicamente activa, para la generación de producción, la atención médica y de cuidados. A ello se agrega la presión sobre los sistemas de pensiones.
Necesitamos que los bienes y servicios los produzca alguien, y ese alguien es la población que forma parte de la actividad económica, población que va a ir disminuyendo en número.
Ya se empieza a sentir una presión sobre este subgrupo poblacional, porque las personas mayores necesitarán satisfacer sus necesidades de consumo. Esto puede lograrse a través de los apoyos que brinde el Estado, el cual depende de los impuestos recaudados de los trabajadores para pagar las pensiones, o bien, mediante los ahorros personales o el apoyo familiar, ya sea económico o en forma de trabajo de cuidados no remunerado.
Sin embargo, en las familias mexicanas cada vez es menor el número de miembros, por lo que las oportunidades de apoyar a la población en edades avanzadas se reducen con el tiempo.
“Así pues, tenemos un grupo de población en edades avanzadas que necesita protección, cuidados e insumos para sus necesidades básicas, lo cual será producido por un subgrupo cada vez menor de la población”, explica la académica universitaria.
“Creo que como sociedad tenemos que aprender a vivir con los cambios en los patrones demográficos y adoptar un nuevo paradigma. Tenemos que pensar en las oportunidades que todavía tenemos a corto y a mediano plazo”.
Dividendos demográficos
Al hablar de oportunidades, Nava Bolaños se refiere a los dividendos demográficos. El primer dividendo demográfico implica aprovechar la oportunidad que nos ofrece una mayor participación de la población en edades activas y laborales para que generemos crecimiento, desarrollo económico y bienestar familiar.
“Aún tenemos un mayor número absoluto y porcentual de población que está trabajando, que es productiva y puede generar recursos y ahorros e impulsar el desarrollo económico. Pero requerimos políticas públicas que nos ayuden a aprovechar adecuadamente esta mayor participación de la población en edades activas”, considera la académica universitaria.
Un segundo dividendo demográfico se relaciona con la acumulación de activos financieros; a medida que la población se acerca a las edades de retiro, es importante que se busque la acumulación de recursos que tengan un efecto positivo en la economía, y que más adelante se puedan utilizar para generar un desarrollo sostenible.
Para ello, es muy importante diseñar políticas de creación de empleos productivos y de buenos salarios para que la población pueda acumular estos activos financieros.
El tercer dividendo demográfico tiene que ver con contar con una buena salud hasta las edades más avanzadas. Se debe pensar en enfoques de prevención, tanto en la parte de las enfermedades como en la parte de las discapacidades, y en la promoción de la salud a lo largo de toda la vida.
“No debemos esperar a llegar a las edades avanzadas y entonces ver cómo vamos a resolver los padecimientos de la población, sino buscar soluciones desde antes”, afirma Nava Bolaños.
Pero, como sociedad, “estamos avanzando en la dirección opuesta en cuanto a una buena alimentación y la actividad física”, advierte.
Cerrar las brechas de la participación de la mujer en el mercado laboral
“Un elemento que también me parece muy importante es cerrar las brechas que aún hay en la incorporación de las mujeres a la actividad económica, especialmente en la reincorporación laboral después de que las mamás salen de la actividad económica para dedicarse al cuidado de los hijos o hijas”, dice Nava Bolaños.
Diferentes estudios muestran que entre las principales limitantes para que las mujeres participen en la actividad económica está la carga del cuidado de los hijos e hijas.
Por esta razón, son muy importantes las políticas encaminadas a una redistribución de los trabajos de cuidados no remunerados en la familia. No sólo se trata de que participen más los hombres, sino que también colaboren el mercado, el Estado y las empresas a través de algunos apoyos.
Políticas para incentivar la maternidad
Las políticas públicas encaminadas a incentivar la maternidad son muy importantes, pero se debe tener cuidado de no castigar a las mujeres que decidan no tener descendencia.
Hay varias experiencias, sobre todo en países europeos, que pueden servir como una guía en cuanto a los apoyos que se puedan ofrecer para incentivar la maternidad.
Algunos ejemplos son las transferencias en efectivo relacionadas con el nacimiento de algún hijo o hija, los incentivos fiscales y las exenciones de impuestos por el nacimiento de un hijo o hija, que van aumentando conforme la familia tiene más descendencia; eso puede ser una opción.
También, algunos subsidios para el cuidado infantil a partir de guarderías. En algunos países se cuenta con trabajadoras y trabajadores sociales que van a los domicilios para apoyar en el cuidado de los bebés, sobre todo en los primeros meses.
Estas son algunas de las políticas pronatalidad que se están utilizando. Pero es importante tener en cuenta que, si bien en los países donde se han empleado dieron pie a algunas mejoras, no condujeron a un aumento significativo de la tasa global de fecundidad.
“Los incrementos no van más allá de 0.2 nacimientos por mujer”, puntualizó la investigadora universitaria.