24 de Septiembre de 2024
Finanzas

Argentina después de Kirchner: ¿Y ahora qué?

Afuera, en la plaza, hay un viento patagónico que parece que vino a despedirse, y llueve sobre la multitud que espera y solloza. “¿Y ahora qué?”, se preguntan.
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*Las gestiones presidenciales del matrimonio Kirchner trajeron estabilidad política y logros económicos y sociales para Argentina. Tras el deceso de Néstor, en la sucesión política empiezan a aparecer nubarrones

Agencias . | Buenos Aires, Argentina | 07 Nov 2010

“Se murió”, exclama mi padre.

Los ojos como plato que se acaba de romper y en la mirada una pregunta que se repetirán 40 millones de argentinos: “Y ahora, ¿qué?”.

Con letras gigantes y música de película de terror, el canal catastrofista CrónicaTV anuncia: “Murió Néstor Kirchner”.

Afuera, en la calle, es un día extraño: se ha decretado feriado, no hay ni servicios mínimos y se le ha pedido a la gente que no salga de sus casas.

En un país que tiene alergia histórica a la inestabilidad, una muerte política es una tragedia. Y más si el que muere es el hombre al que las encuestas daban como ganador en las próximas elecciones presidenciales de 2011.

EL BUEN ADMINISTRADOR Y LA REBELDE

El viento soplará con fuerza inusitada en Buenos Aires durante los próximos dos días, y estará también presente en la multitud de fotos de Néstor Kirchner joven, en su tierra natal, en Santa Cruz, la última provincia de la ventosa Patagonia.

Hijo de una clase media que se formó durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), estudió abogacía en la ciudad de La Plata durante los años de plomo —los setenta—, cuando militaba en la izquierdista Juventud Peronista.

En esa época conoció a Cristina Fernández.

Cuando llegó la dictadura del general Jorge Rafael Videla, en 1976, juntos apuraron el último año de la universidad y volvieron a la lejana Santa Cruz, como hicieron muchos de los que huían del régimen militar, para engrosar las filas del posteriormente llamado “exilio interior”.

Allí era más fácil pasar desapercibido, quedarse en silencio y esperar con los dedos cruzados a que acabara el horror.

Terminó en 1983, y cuando regresó la democracia Kirchner volvió a la política. En 1987 fue elegido intendente de la capital provincial, y en 1991 gobernador de la provincia.

Militante en las filas del extraño peronismo argentino —que admite en su seno a izquierdistas, liberales, conservadores y hasta ultraderechistas—, siempre tuvo a su lado a Cristina.

Ésta fue primero legisladora provincial y después senadora nacional. En 1989 llegó a la presidencia Carlos Saúl Menem, el primer peronista en llegar al poder desde 1976.

Kirchner y su mujer lo enfrentaron abiertamente. Mientras ella en Buenos Aires se labraba fama de rebelde que no le temía al jefe de su partido, él se forjaba en la provincia una reputación de buen administrador.

“¡VIVA EL COLESTEROL!”

Apenas a unas horas de la muerte de Kirchner, ocurrida a las 9:10 de la mañana del 27 de octubre, las redes sociales arden.

Al mediodía ya es pública una consigna que surgió en Facebook, pasó a Twitter y se reprodujo en la blogósfera: “¡Todos a la plaza!”.

La plaza en Argentina, cuando se trata de política, no puede ser otra que la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo.

Algunos dicen que a las cuatro, otros que a la seis, pero alguien se acuerda que es día de censo y hay que estar en casa hasta las ocho de la noche.

La convocatoria se hace masiva y comienzan a reproducirla los medios de comunicación. La Confederación General del Trabajo, la central sindical que apoya al gobierno, se ve obligada a aclarar que ellos están convocando para el día siguiente.

Nadie sabe muy bien cuál es el motivo de la manifestación: si expresar dolor o apoyar a la presidenta que se ha quedado viuda. La historia argentina es un tango triste y pasional.

Esa misma mañana algunos censistas que han pasado por los barrios ricos de la ciudad llaman a las radiodifusoras para contar que se encontraron con escenas festivas. Gente que bebe champaña y festeja la muerte.

En la elegante Recoleta porteña alguien tira fuegos artificiales y suenan algunas bocinas.

En una esquina de Buenos Aires se escribe “¡Viva el colesterol!”, como en 1952 fue escrito un “¡Viva el cáncer!” al saberse que Eva Perón padecía la enfermedad que acabó con su vida.

SOCIEDAD EN SHOCK

En 1999 el peronista Carlos Menem concluyó su presidencia dejando un país en la miseria.

La deuda externa atenazaba al país, y la política de mantener artificialmente fuerte el peso atándolo por ley al dólar había destruido la industria nacional: el desempleo crecía hasta llegar a 25 por ciento, los jubilados cobraban una miseria y las universidades se caían a pedazos.

El país se encontraba en estado de shock.

A Menem lo sucedió el radical Fernando de la Rúa, quien llegó al poder de la mano de una alianza de centroizquierda, pero que siguió muchas de las políticas del presidente saliente; tanto, que colocó al frente del Ministerio de Economía a Domingo Cavallo, el mismo ministro del gobierno anterior e ideólogo de su plan económico.

En 2001 el país colapsó. Cavallo ordenó el famoso “corralito” bancario y la gente atacó los bancos y salió a saquear los supermercados, lo que dio lugar a escenas que dieron la vuelta al mundo.

De la Rúa decretó el estado de sitio, y para controlar la peor rebelión política de la historia contemporánea argentina ordenó a las fuerzas de seguridad disparar.

Cuando los muertos en Buenos Aires ya eran más de 20, el presidente abandonó el poder y huyó de la Casa Rosada en helicóptero.

Durante los días siguientes se sucedieron varios presidentes, algunos de los cuales no duraron ni 20 horas.

Cuando las instancias constitucionales se agotaron, el Congreso nombró de forma interina al senador peronista y jefe de la oposición Eduardo Duhalde, quien había perdido las elecciones presidenciales contra De la Rúa.

Argentina estaba en suspensión de pagos, sin crédito externo, sumida en la peor crisis económica de su historia.

El nuevo presidente devaluó la moneda y trató de restituir la autoridad presidencial, pero sin mucha legitimidad política.

EL ASCENSO AL PODER

En 2003, luego de la muerte de dos militantes a manos de la policía en una protesta, Duhalde adelantó las elecciones. Entonces apareció Néstor Kirchner.

Pese a su fama de buen administrador y su aureola de peronista, no entusiasmó más que a 20 por ciento de un electorado que desconfiaba, sin excepción, de los dirigentes políticos.

Las elecciones las ganó Menem con 23 por ciento de los votos; pero la Constitución argentina exige que cuando ninguno de los candidatos alcance más de 40 por ciento, tiene que haber segunda vuelta.

Entonces, el país se preparó para vivir un duelo de antología entre los dos peronistas.
Cuando Menem vio que las encuestas le daban amplia ventaja a Kirchner, se retiró de la contienda.

El diario conservador La Nación vaticinó: asume un presidente sin legitimidad, por lo que no durará ni seis meses.

Pero bajo el gobierno de Kirchner la economía se recuperó hasta crecer a tasas chinas —este año rondará el nueve por ciento—, se negoció la mayor quita de la deuda externa desde 1920 —65 por ciento del total, comparable sólo a la llevada a cabo por Alemania luego de la Primera Guerra Mundial— y se canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI); se devolvió al Estado el control de los fondos de pensiones, lo que le permitió subir 585 por ciento la jubilación mínima e incorporar al sistema previsional a 2.4 millones de personas que habían quedado fuera por no tener aportes suficientes.

Asimismo, durante su administración se construyeron 480 mil viviendas y se elevó el presupuesto educativo a niveles nunca antes alcanzados en el país.

Todo lo anterior se realizó con el dinero que recaudó el Estado cuando subió los impuestos a la producción agropecuaria, lo que le ganó la enemistad de un sector que durante la mayor parte del siglo XX apoyó los golpes de Estado.

También declaró nulos tanto los indultos con los que Menem había perdonado a los jerarcas de la última dictadura militar, como las leyes de impunidad que impedían los juicios a los responsables de las torturas y los campos de concentración, con lo que se ganó el apoyo de los organismos de derechos humanos y de gran parte de la clase media urbana.

LA DIFÍCIL SUCESIÓN

Si bien muchos le cuestionaban sus modos intempestivos, su corrupción, su obsesión en la batalla contra la prensa opositora y su alianza con los exponentes del sindicalismo peronista más rancio, muy pocos le negaban sus logros económicos.

Así las cosas, en 2007 le cedió la candidatura presidencial a su esposa, en una maniobra que sus detractores interpretaron como un intento de perpetuar al matrimonio en el poder y de eludir el desgaste de un segundo mandato consecutivo.

Es indudable que la muerte de Kirchner deja un gran vacío; antes que a nadie, para su esposa.

El ex presidente sabía cómo manejarse en las turbias aguas del partido peronista, la forma de sumar voluntades contrapuestas e imponer disciplina entre los tiburones del poder territorial, lo que recuerda al Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano en sus años de hegemonía.

Sin embargo, su política, que ha sido catalogada como progresista o neopopulista — según el filtro con el que se mire—, ya había ocasionado una fractura importante en su partido.

El ex presidente Eduardo Duhalde y un grupo de dirigentes, entre los que se encuentra el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, armaron un peronismo paralelo, inconforme con el kirchnerismo.

Este sector tienta ahora al actual gobernador bonaerense, Daniel Scioli, aliado de los Kirchner, para que lance su candidatura a presidente y debilite al gobierno de Cristina Fernández, lo que anularía la posibilidad de que ésta sea reelecta en las presidenciales de 2011.

Las candidaturas del próximo año dependerán de esos movimientos internos y del modo en que la presidenta asuma la muerte de su marido.

“CAPRICHOSO, CAPRICHOSO”

Cae la noche sobre Buenos Aires.

Una multitud protagoniza un auténtico entierro peronista que dura dos días.

Hay gente que llega del centro de Buenos Aires y de su periferia, pero también hay quien recorrió cientos de kilómetros para estar aquí.

Unos proclaman encendidos discursos frente al féretro donde yace el ex presidente, otros cantan “borom-bon-bón, para Cristina, la reelección”, y otros llegan por mera curiosidad. Entra un tenor que entona a capella el Ave María. Una madre de la Plaza de Mayo deja el pañuelo blanco sobre el cajón.

“Se nos ha ido otro hijo”, murmura. Llega un grupo con camisetas de un sindicato: “¡Fuerza, Cristina!”, grita. Arriban otros que cantan insultos a la oposición, a los gorilas, como llaman a los antiperonistas.

Un viejo jubilado que nadie sabe cómo hizo para tenerse en pie las más de cinco horas que hay que esperar para entrar en la Casa Rosada, exclama: “¡Gracias, Néstor!”, y se pone a llorar. Una madre con un niño pequeño en brazos le da un regalo a la presidenta.

Cristina Fernández lleva horas de pie, vestida de negro, las uñas pintadas de laca blanca.

Acomoda con paciencia, como si estuviera sacudiendo las solapas del traje de Néstor, los objetos que se han ido acumulando durante el día sobre el féretro.

“Caprichoso, caprichoso”, le dice de vez en cuando, como si su compañero pudiera todavía oírla, como si le estuviera recriminando el no haberse cuidado cuando, tras dos incidentes cardíacos, uno hace apenas un par de meses, los médicos le recomendaron que se tomara un descanso.

Afuera, en la plaza, hay un viento patagónico que parece que vino a despedirse, y llueve sobre la multitud que espera y solloza. “¿Y ahora qué?”, se preguntan.

El tango político argentino no tiene fin.