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Foto: Agencias .
Atacar a las familias que buscan a sus seres queridos desaparecidos es una política “particularmente despreciable”, dice la activista en seguridad pública Lisa Sánchez
México Unido Contra la Delincuencia . | Ciudad de México | 17 Abr 2025
En México se han encontrado más de 5.600 fosas clandestinas, y hay más 72.000 cuerpos sin identificar, mientras 127.000 personas están reportadas como desaparecidas. Sin embargo, el Estado niega que la desaparición sea una práctica sistemática y generalizada, y estigmatiza a quienes la denuncian, dijo a openDemocracy la mexicana Lisa Sánchez, activista e investigadora en seguridad.
La desaparición forzada no es nueva en México, pero la militarización de la “guerra a las drogas” – lanzada formalmente en el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), del derechista Partido de Acción Nacional, y profundizada por sus sucesores – disparó la violencia y contribuyó a normalizar este crimen, que hoy goza de 99% de impunidad, explicó Sánchez, director general de México Unido Contra la Delincuencia (MUCD), una organización civil que trabaja en seguridad ciudadana, justicia y política de drogas.
En las últimas semanas, el “circo mediático” montado en torno al hallazgo de un presunto sitio de entrenamiento y exterminio en el estado de Jalisco desembocó en una campaña de ataques a las familias buscadoras. “Esa es la clave política que a nosotros nos parece particularmente despreciable”, dijo Sánchez, maestra en Gestión Pública y Gobernanza por la London School of Economics.
El 5 de abril, el Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada decidió por primera vez abrir un procedimiento para el caso de México y activar el artículo 34 de la convención internacional contra las desapariciones forzadas, que incluye solicitar más información al gobierno y, eventualmente, elevar el asunto a la Asamblea General. Para los expertos del Comité, que vienen estudiando el caso desde hace una década, hay indicios de práctica “sistemática y generalizada” .
La respuesta del Senado mexicano, aprobada por el partido de gobierno Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, izquierda), fue rechazar la decisión y pedir a la ONU que sancionara al presidente del Comité, Olivier De Frouville.
“Me ha bajado mucho la moral la votación del Senado”, comentó Sánchez.
El siguiente es un fragmento de la entrevista.
openDemocracy: En América Latina, la desaparición está identificada como crimen de Estado cometido por gobiernos autoritarios en décadas pasadas. ¿Por qué hay tantas desapariciones en México en el contexto actual?
Lisa Sánchez: México es una excepcionalidad latinoamericana porque tuvo su gobierno autoritario [del Partido Revolucionario Institucional, PRI, 1929-2000], que no fue producto de un golpe de Estado y por lo tanto no hubo una dictadura militar. Las desapariciones que existieron en la década de los 60 y de los 70 también se consideraron un crimen de Estado en un momento de persecución política de las disidencias socialistas que el PRI, aliado con Estados Unidos, perseguía de manera muy vigorosa por considerarlas amenazas a la seguridad nacional.
Aunque en la izquierda mexicana siempre se rechazó y se demostró un crimen de Estado, en el debate nacional nunca tuvimos un proceso de recuperación de memoria. Mucho menos de sanción a los perpetradores de esas desapariciones, aunque en años recientes hemos inaugurado un par de comisiones de la verdad sobre los delitos de la “guerra sucia”. Pero en realidad las desapariciones nunca tuvieron rechazo colectivo, real, grande y articulado, como sí sucedió en América del Sur.
¿La no asunción de ese pasado la ves vinculada a este nuevo tipo de desapariciones en el marco de la violencia narco? ¿Quién son hoy los perpetradores?
En algunas cosas sí y en algunas no, pero lo traigo a colación porque el hecho de que nosotros no hayamos vivido un proceso de revisitar esa realidad tan dolorosa durante nuestro proceso de transición a la democracia, permitió que nuestros gobiernos siguiesen con un discurso de que no fue una política de Estado. Y eso es problemático porque es lo que estamos viendo hoy en día.
Hoy también se niega que existan desapariciones forzadas, y los gobiernos siguen manteniendo este discurso de que no es sistemático, no es generalizado, el Estado no participa y por lo tanto no necesitamos ningún mecanismo extraordinario, ni sanciones masivas a quienes cometen esto. Y no es un tema de discusión. Y quien se atreve a ponerlo en discusión, es calificado de [hacer] un uso faccioso y político del tema para desestabilizar gobiernos.
Desde que se desató la guerra contra las drogas [con Calderón], el funcionamiento institucional busca acabar con el problema y eliminar al enemigo. Sigue habiendo desaparición forzada cometida por policías y militares que ven en cierto tipo de ciudadano un enemigo y, en lugar de investigarlo, detenerlo y procesarlo, se le asesina, se le desaparece, se le tortura y se borran, o se intenta borrar, los rastros para que nunca se llegue a ellos como perpetradores.
Por supuesto, tenemos otro fenómeno de desaparición cometido por organizaciones criminales que, en esta lógica de guerra con las fuerzas del Estado, pero también con otros cárteles rivales, empezaron a adoptar la desaparición de personas. Y entonces hemos visto de 2011 a la fecha episodios tremendamente dolorosos, que no es que hayan comenzado en 2011, pero que se empezaron a discutir en los medios: criminales que disolvían en ácido a sus víctimas para que los restos no fueran identificables, desmembramientos y entierros masivos con cal y yeso para corroer lo más rápido la evidencia, una serie de cosas que ha documentado muy bien el Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada , y que le hacen al Comité concluir que en México sí existe un fenómeno de desaparición forzada, sistemática y generalizada, con participación directa o indirecta del Estado. Esto es que instituciones policiales o militares desaparecen directamente a personas y, por el otro lado, incluso si la desaparición la comete un miembro del crimen organizado, se presume que esa comisión es posible porque hay protección del Estado a esas organizaciones criminales, porque hay omisión del Estado en investigarlas, o porque el Estado, de una u otra manera, facilita incluso la infraestructura para que eso pueda suceder.
Entonces, ¿hay una concurrencia de distintos perpetradores, tanto del Estado como del crimen organizado, y hay complicidades y omisiones por parte del Estado?
Correcto. Y como si eso fuera poco, México vive desde hace muchos años un deterioro de su capacidad de impartición de justicia. La desaparición tiene un 99% de impunidad, y el resto de los delitos tienen niveles de impunidad superiores al 90%.
En marzo la prensa internacional reprodujo las imágenes de cientos de zapatos, prendas de vestir y mochilas encontradas por familias de personas desaparecidas en el Rancho Izaguirre , en Jalisco, un sitio de entrenamiento y exterminio del Cártel Jalisco Nueva Generación, que estaba desde septiembre de 2024 bajo control de las autoridades. ¿Qué significado tuvo este hecho?
A diferencia de otras fosas clandestinas o de otros espacios en donde también se presumía el adiestramiento y el exterminio de personas por parte de miembros de la delincuencia organizada, lo que no habíamos visto eran imágenes de pertenencias de mujeres, adolescentes e incluso niños, en esa magnitud. Las imágenes del Rancho Izaguirre conmocionan porque ya no es posible presumir que solo “gente mala” que quería participar en la delincuencia organizada era castigada de manera brutal por quienes les habían reclutado, o que ya no es posible suponer que eran solo esas víctimas tan fácilmente invisibilizadas – los hombres precarizados, morenos, pobres, de comunidades vulnerables que no han sido tradicionalmente merecedores de empatía.
Pero tristemente tengo que reconocer que el ciclo noticioso y de indignación del Rancho Izaguirre fue muy corto. No nos generó ningún tipo de exigencia coordinada y colectiva de respuestas realmente diferentes hacia la autoridad. Porque, como este, hemos encontrado ya muchos, y el horror de hoy borra el horror de ayer. Y en México se cuentan muchos horrores de manera cotidiana.
El Rancho Izaguirre no está muy lejos de otro predio que en su momento también había destapado una historia similar de adiestramiento y asesinato de personas que eran reclutadas contra su voluntad para participar en las actividades de organizaciones criminales perfectamente diversificadas.
En el Rancho Izaguirre vimos cómo las familias de las víctimas entran a los predios, excavan, recogen evidencia. Una anomalía porque esas tareas, en un Estado de derecho, corresponden a la policía, la fiscalía ya los forenses.
Es completa y absolutamente anormal. Pero además da cuenta del dolo con el que el Estado mexicano ha tratado este tema. Las familias buscadoras no empiezan como una iniciativa organizada, son un montón de víctimas indirectas que se dan cuenta que incluso yendo a denunciar las desapariciones, la autoridad no solo no hace nada, sino que las revictimiza cada vez que se acercan a buscar justicia.
Son esas familias las que empezaron a exigir fichas de búsqueda, que las fotografías de las personas desaparecidas fueron incluidas en esas fichas para que se distribuiran y que la propia autoridad reconociera que había una persona no localizada. Son las víctimas las que hacen el cabildeo para una reforma constitucional que después permite una ley de creación del Sistema Nacional de Víctimas [mecanismo de coordinación entre distintas instituciones del Estado para que las víctimas reciban atención integral, reparación del daño, acceso a la justicia y garantías de no repetición] – si bien también es una anomalía tener un sistema nacional de víctimas y habla volúmenes de lo anormal que es el caso de México. Y son ellas las que salieron con sus manos a cavar la tierra, las que conocen las anomalías topográficas de un territorio para determinar que ahí, debajo de la tierra, hay fosas clandestinas o enterramientos ilegales. Y son ellas las que han tenido también que negociar en muchas ocasiones con organizaciones criminales para que las dejen hacer esas excavaciones y exhumar restos para ver si logran identificar a sus seres queridos. Y muchas de ellas han sido víctimas de violencia. El número más fidedigno que tenemos son 22 madres buscadoras asesinadas en el contexto de la búsqueda de sus familiares.
Mientras la autoridad permanece omisa o, cuando quiere parecer empática, entrega palas a las madres buscadoras para que, en vez de excavar con la mano, puedan excavar con una pala.
El 20 de marzo, las fiscalías de Jalisco y federales invitaron a familiares, medios e influencers al Rancho Izaguirre. Allí las madres buscadoras comprobaron que las evidencias que habían visto meses antes ya no estaban y las fosas con restos de huesos calcinados habían sido tapadas. ¿Cómo interpretas esa jornada?
Lo rechazamos, primero, en términos técnicos. Un rancho que había sido identificado por las autoridades desde el año anterior, cuyo levantamiento de evidencia forense no se había hecho porque incluso se perdió el resguardo del predio, se había permitido la entrada a las madres buscadoras que habían dado a conocer los hallazgos que todos vimos y, posterior a eso, se montó un circo mediático para que, sobre todo los influencers favorables al partido en el gobierno pudieran ir a desestimar los dichos de las familias buscadoras.
Y esa es la clave política que a nosotros nos parece particularmente despreciable. Desde el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador [2018-2024, del partido Morena], una de las estrategias narrativas más efectivas fue criminalizar a quien estaba denunciando lo que sucedía. Daba igual si eran periodistas, organizaciones de la sociedad civil, feministas, indígenas, movimientos sociales. Eran calificados como opositores y marionetas al servicio de intereses oscuros que querían afectar la imagen del presidente y de su gobierno.
Una de las consecuencias del circo que se montó mediante esos influencers , sobre todo en redes sociales, fue una campaña de odio a las familias buscadoras, acusadas de tener la intencionalidad de pegarle políticamente a [la actual presidenta] Claudia [Sheinbaum, también de Morena], en vez de que la sociedad hubiera buscado una indignación bastante más constructiva de qué hacemos con esta que es nuestra realidad.
Pues desastroso. Sube la violencia homicida, sube el delito, la impunidad sigue creciendo, y entonces uno puede calificar esa militarización como una intervención fallida. Y, por otro lado, cambió el mapa criminal. Porque la política de descabezar a los cárteles creó una atomización y una dinámica de conflicto interno donde las propias organizaciones criminales se armaron y generaron sus mini-ejércitos. Hoy tienes entre 200 y 300 células de sicariato, que no son parte orgánica de los cárteles como el de Sinaloa o el de Jalisco Nueva Generación, sino que ya son grupos de personas armadas que se contratan de manera muy flexible y móviles para cometer asesinatos u ofrecer protección a ciertos grupos criminales.
Luego hay otras categorías de efectos negativos. Tenemos documentado en el estudio Inventario Nacional de lo Militarizado que al menos 282 veces se han transferido facultades civiles a los militares en los últimos 12 años y que la mitad de esas veces se transfirieron facultades que no tienen que ver con seguridad, sino con educación, distribución de bienes públicos, infraestructura, aviación, comunicaciones, control aduanero, etcétera.
Y hay otro eje importante, que es la deformación de la función de seguridad pública. Casi no se mide y casi no se habla de eso. Pero el hecho de que nos hayamos vuelto tan dependientes de los militares provocó ciclos perniciosos en menor inversión en policías municipales y estatales y en fiscalías y procuración de justicia, y mayor control de los militares sobre la conducción estratégica, operativa y táctica de la seguridad en todos los niveles. Y ese abandono alimenta que los indicadores de seguridad no progresan. Sin fiscalías que sepan investigar, sigue la impunidad; sin policías capaces de investigar y detener o mejorar la convivencia en los territorios, suben el delito y la violencia.
En lugar de cuestionarnos si el problema era esa militarización, lo que hicimos fue poner contra las cuerdas el paradigma de derechos humanos, y entonces la culpa de que esto no funcione y no tenga éxito es que exigimos garantías procesales o le damos más importancia a los derechos humanos de los criminales y no de las víctimas.
¿Qué gobiernos promovieron ese enfoque contra los derechos humanos?
Todos los gobiernos. En el gobierno de Calderón se publicaba todos los días en los diarios de circulación nacional un ' muertómetro ' de cuántos muertos por rivalidad delincuencial había habido al día. Y esa categoría de rivalidad delincuencial asumía que todos los muertos por disparo de arma de fuego eran delincuentes. Entonces las fiscales ya no investigaban.
Y hoy por hoy, con estos gobiernos de izquierda, la expansión de la prisión preventiva oficiosa es exactamente lo mismo: tenemos que tener la capacidad de encarcelar arbitrariamente a alguien, porque si no, llevamos a los detenidos y [los jueces] nos dicen que la detención fue ilegal. Si investigamos con tortura, nos dicen que la tortura no es admisible en juicio.
Se volvió muy fácil, para gobernantes de izquierda, centro y derecha, llamar al auxilio de los militares de manera voluntaria… Han sido los civiles quienes han ido entregando esos pedazos de poder para trasladar la responsabilidad a otro lugar
En la concesión de facultades a los militares más allá de la seguridad pública, México no está solo en nuestra región. Tenemos el ejemplo histórico de Colombia, pero más recientemente Venezuela, Brasil, América Central, Chile.
Yo ni siquiera me quedaría en América Latina. Después de la Guerra Fría se adoptó este paradigma de amenazas a la seguridad, el terrorismo, las armas biológicas y la famosa conceptualización de la seguridad multidimensional, en donde la seguridad ya no solo era la seguridad pública, sino que había que securitizar todo: la pobreza, la migración, las relaciones de género. Entonces hay una tendencia global a conceptualizar cualquier inestabilidad como amenaza a la seguridad nacional. Y eso, por supuesto, no solo ha generado una masa crítica global que autoriza la expansión del poder militar, sino que, además, tienes generaciones de militares formados en una cultura que ve como natural la expansión de sus facultades, porque hoy la amenaza está en cualquier lugar y en todas partes.
Al mismo tiempo, nos preguntamos si en América Latina estamos frente a un nuevo militarismo civil. Hablaré del caso de México, que es el que conozco. Hay unas dinámicas políticas en donde entregar malos resultados en seguridad no le cuesta la carrera a nadie, no tiene costos políticos, y entonces se volvió muy fácil, para gobernantes de izquierda, centro y derecha, llamar al auxilio de los de manera voluntaria, sin necesidad de que los militares se hicieran de ese control por la fuerza. Han sido los civiles quienes han ido entregando esos pedazos de poder para trasladar la responsabilidad a otro lugar; pretendiente que se está haciendo muy duro luchar contra el crimen y, al final, no tener que responsabilizarse de cualquiera que haya sido el resultado de las decisiones. Y eso lo hizo Calderón, lo hizo Peña [PRI], lo hizo Andrés Manuel y lo está haciendo Claudia. Parece que no responde a una lógica ideológica.
¿Cómo se sale de esta crisis? ¿Te despierta alguna expectativa lo que pueda hacer el gobierno de Sheinbaum?
Yo sí tengo un poco de esperanza. Soy muy crítica de todo lo que se ha hecho, pero definitivamente me tengo que agarrar de un clavo ardiendo para seguir trabajando en esto. Claudia creo que sí está decidida a que la seguridad sea un tema de importancia en su gobierno, creo que no le tiene miedo a enfrentarlo y está haciendo una apuesta importante por el fortalecimiento de los ministerios civiles.
Si bien no va a desmilitarizar la seguridad pública (porque Donald Trump le sigue pidiendo que la Guardia Nacional haga control migratorio y la Guardia Nacional es una cuarta fuerza armada a estas alturas) ya anunció la creación de una policía de investigación bajo conducción civil, y una serie de modificaciones a la legislación para dar mayor capacidad de centralización de inteligencia a la Secretaría de Seguridad Ciudadana; e instruyó al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública a hacer directrices y criterios estandarizados de profesionalización policial en lo local. Todos esos son pasos en la dirección correcta.
Tenemos que romper el ciclo de pauperización y desprofesionalización de lo civil y lo local para que por lo menos podamos recuperar la seguridad tradicional – el robo en el transporte, los delitos menores – mientras buscamos mecanismos extraordinarios para atender la delincuencia organizada. En ese sentido veo oportunidad hacia adelante.
Pero me ha bajado mucho la moral lo que sucedió después de que el Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada dijo que activará el artículo 34 de la Convención para solicitarle a México información y, potencialmente, llevar el caso de las desapariciones a la Asamblea General. Hubo una votación en el Senado mexicano de la mayoría morenista, pidiendo la destitución del presidente del Comité [Olivier De Frouville]. En vez de decir cómo logramos construir esa asistencia técnica soberana pero funcional para atender esto, todo el mundo se envolvió en la bandera, dijo que había injerencia, violación a la soberanía y que lo quería quemos era ver caer la cabeza del presidente del Comité. Creo que Claudia va a tener que controlar muchísimo más a su propio movimiento para que no le bloquee oportunidades que de otra manera tal vez se podrían aprovechar.
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