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Foto: Agencias .
*El nobel peruano era el novelista político más inteligente y consumado del mundo
The New York Times . | Nueva York, EU. | 14 Abr 2025
Tal era la influencia de Updike que los lectores le prestaron atención cuando, a mediados de la década de 1980, se enamoró literariamente del escritor peruano Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo a los 89 años.
En más de una ocasión, en sus reseñas de las novelas de Vargas Llosa, Updike destacó su atractivo y elegancia.
Vargas Llosa “ha reemplazado a Gabriel García Márquez” como el novelista sudamericano con el que los lectores norteamericanos deben ponerse al día, escribió Updike en 1986, cuatro años después de que García Márquez ganara el premio Nobel de literatura y 24 años antes de que lo hiciera el propio Vargas Llosa.
El propio Updike había llegado con dos décadas de retraso. Vargas Llosa ya había publicado la mayoría de sus principales y perdurables novelas, entre ellas La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1965), Conversación en La Catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981). Estos libros ásperos, subidos de tono, con mentalidad política y de mente abierta encontraron un público mundial, pero tardaron más en calar en Estados Unidos.
Vargas Llosa había contribuido a poner en marcha, a principios de la década de 1960, un movimiento que se conoció como el boom, término aplicado a una nueva generación de escritores latinoamericanos de espíritu libre y conciencia social, entre ellos García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante, José Donoso y Miguel Ángel Asturias.
Vargas Llosa era el último escritor vivo del boom, lo que de alguna manera duplica el impacto de su pérdida. Era el novelista político más inteligente y consumado del mundo.
“Fui al Leoncio Prado porque mi padre pensaba que el ejército era la mejor cura para la literatura y para esas actividades que él entendía como muy marginales”, dijo Vargas Llosa en un perfil de Times Magazine en 2018. “Al contrario, ¡me dio el tema de mi primera novela!”.
Esa novela era La ciudad y los perros. Ha perdido muy poco de su impacto. El acoso y la tortura entre los cadetes son intensos y difíciles de digerir, pero el alma de Vargas Llosa y su interés fundamental por la vida se hacen patentes en todas partes. Vargas Llosa hablaba con frecuencia de la influencia de William Faulkner en su obra, y esa influencia se deja sentir en el movimiento no lineal de esta novela y en su confiado despliegue de múltiples perspectivas.
La ciudad y los perros puso a Vargas Llosa en el mapa de América Latina. La descripción que la novela hace del Colegio Militar Leoncio Prado fue tan mordaz que aseguraba que las autoridades de la escuela hicieron una hoguera pública con cientos de ejemplares. También fue, en palabras de un jurado del Premio Biblioteca Breve de España, “la mejor novela en lengua española de los últimos 30 años”.
Vargas Llosa tuvo, a mediados de la década de 1970, un periodo cómico. Su novela Pantaleón y las visitadoras (1973), ligera pero gregaria, trata de las tropas peruanas en el Amazonas, las prostitutas que las atienden y el estirado capitán que supervisa el proyecto.
La escritura sexual en las novelas de Vargas Llosa era gráfica, realista y a veces divertida, pero la acompañaba una cierta cortesía. En sus memorias, El pez en el agua (1993), escribió:
Caerle a una chica, declararse, es una costumbre que declinaría hasta ser hoy algo que a las nuevas generaciones, expeditivas y pragmáticas en materia de amor, les parece una idiotez prehistórica. Yo guardo una tierna memoria de esos rituales de que estaba hecho el amor cuando era adolescente y a ellos debo que esa etapa de mi vida haya quedado en mi recuerdo no solo como violenta y represiva, sino, también, hecha de momentos delicados e intensos que me resarcían de todo lo demás.
Sus memorias más tormentosas pueden incluir el puñetazo que le propinó a García Márquez, un amigo, en 1976 en el estreno de una película. Nunca se han aclarado los detalles, pero se ha rumoreado que tuvo algo que ver con la mujer de Vargas Llosa.
El ojo morado de García Márquez quedó conmemorado en una famosa fotografía de Rodrigo Moya. El mensaje de la fotografía al mundo era: si alguna vez te fotografían con un ojo morado, asegúrate de tener una gran sonrisa en la cara.
El interés de Vargas Llosa por los asuntos humanos le llevó a la política, en la página y fuera de ella. El comité del Premio Nobel, al concederle el Nobel de 2010, destacó su “cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual”.
Investigaba sus novelas tan intensamente que parecía un mini Robert Caro. A diferencia de Caro, se movía con soltura en compañía de titanes de la política, lo que daba a los detalles de sus novelas una verosimilitud a veces llamativa y a veces sórdida.
Vargas Llosa se presentó a la presidencia de Perú en 1990, como candidato del centro-derecha, y perdió por un amplio margen. “Aparte de Václav Havel, ningún otro escritor en la memoria reciente ha aspirado a la presidencia”, escribió Alma Guillermoprieto en el New York Review of Books en 1994.
Su propia política podría ser difícil de definir. De joven era un ferviente izquierdista, pero poco a poco fue derivando hacia el neoliberalismo. Era partidario de elecciones abiertas, los derechos de los homosexuales y un gobierno limitado. En años más recientes, sorprendió a algunos observadores al apoyar a candidatos autoritarios de extrema derecha en América Latina y España.
Las novelas políticas de Vargas Llosa son moralmente complejas y meticulosamente observadas, pero el absurdo de la vida se cuela en ellas. En su novela de 1986 Historia de Mayta, un hombre asiste a una tensa reunión de revolucionarios políticos y teme que la pila de revistas Voz Obrera sobre la que está sentado se caiga y le deje en ridículo.
Updike escribió sobre ese mismo libro: “Es una de las pocas novelas que he leído en la que los personajes, en plena lucha por su vida, se resfrían, como la gente.”
Para alguien tan interesado en la historia y la investigación, Vargas Llosa hablaba a menudo de los elementos irracionales de la escritura de ficción. “Las novelas que más me han fascinado son las que me han llegado menos por los canales del intelecto o de la razón que hechizándome”, dijo a The Paris Review en 1990. “Estan son historias capaces de aniquilar completamente mis capacidades críticas de tal forma que me quedo ahí, en suspenso”.
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