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*"Amoris Laetitia", la exhortación del Papa Francisco a la familia
Agencias . | El Vaticano, Roma | 08 Abr 2016
El Papa Francisco dio hoy un paso clave hacia la plena integración de los divorciados vueltos a casar en la Iglesia, reconociendo que no todas las parejas en “situaciones irregulares” viven en condición de pecado mortal y, en algunos casos extremos, podrían acceder a la comunión.
“La alegría del amor”, un documento magisterial cuyo contenido fue dado a conocer este viernes por el Vaticano, constata las dificultades que enfrentan muchos católicos con fracasos matrimoniales y nuevas uniones, además de recomendar para ellos un seguimiento especial a cargo de obispos y sacerdotes.
“Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”.
“Amoris laetitia”, por su nombre en latín, es un escrito de unas 270 páginas en su edición en español, producto de un proceso de dos años de reflexión sobre el rol de la familia en la sociedad actual que incluyó una amplia consulta a todos los católicos del mundo además de dos asambleas mundiales de obispos (Sínodos), convocadas por Francisco en los meses de octubre de 2014 y 2015.
Contiene decenas de citas tomadas de documentos de la Iglesia y hace constante referencia a los resultados de los debates en dos asambleas mundiales de obispos (Sínodos), convocadas por Francisco para abordar este tema en los meses de octubre de 2014 y 2015.
Aunque no estableció nuevas normas de aplicación indiscriminada a todos los fieles y dejó en claro que no cambia la doctrina tradicional de la Iglesia en cuanto al matrimonio indisoluble, si alentó a un “responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”.
Reconoció que en algunos casos ciertos divorciados vueltos a casar, por “condicionamientos o factores atenuantes”, no son plenamente culpables de su situación y por ello deben recibir “ayuda de la iglesia”.
En este pasaje estableció que parte de esa ayuda “pueden ser los sacramentos”, abriendo –de facto- la posibilidad de que estos fieles puedan acceder a la confesión y la comunión, cosa hasta ahora vetada por la doctrina de la Iglesia.
Advirtió que fieles, sacerdotes y obispos deben guardar la debida discreción para evitar “el grave riesgo de dar mensajes equivocados” como que “se pueden conceder rápidamente excepciones”, que algunas personas “pueden obtener privilegios sacramentales a cambio de favores” o que la Iglesia “sostiene una doble moral”.
Más adelante insistió en “evitar cualquier interpretación desviada”, recordó que el divorcio no es el ideal y apuntó que constatar las situaciones límite no significa, en ningún caso, que los católicos renuncien a proclamar la grandeza del matrimonio.
Pero recordó que la Iglesia “no condena a nadie para siempre” y, tomando en cuenta la complejidad de cada situación, sostuvo que los divorciados vueltos a casar pueden incorporarse en la vida de la comunidad en tareas sociales, reuniones de oración o en actividades por ellos sugeridos.
Es más, instó a pensar en cada parroquia si algunas de estas parejas pueden incorporarse a actividades que hasta ahora le son negadas, como ser padrino, catequista o líder de comunidad.
Del porrno a la violencia, amenazas a la familia
El impacto de la pornografía, la violencia intrafamiliar y contra las mujeres, la precariedad económica, la homosexualidad y el aborto son amenazas a la familia en el contexto actual, indicó el Papa Francisco.
“La alegría del amor” es el título de la exhortación apostólica, firmada por el pontífice el pasado 19 de marzo pero cuyo contenido fue dado a conocer este viernes por el Vaticano, en el documento más largo y profundo de su pontificado.
Compuesto por nueve capítulos y 325 puntos, incluye también una larga serie de recomendaciones para los matrimonios, con un análisis detallado de las dificultades que deben afrontar todos los días y consejos prácticas para mantenerse fieles.
Entre otras cosas, el pontífice consideró “legítimo y justo” que se rechacen “viejas formas de familia tradicional”, caracterizadas por el autoritarismo e incluso por la violencia, advirtió que esto no debería llevar al desprecio del matrimonio.
En varios pasajes del documento se reforzaron posiciones ya establecidas por la doctrina de la Iglesia, como el rechazo al aborto y los “matrimonios” entre homosexuales.
“Las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo no pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad”, estableció.
Apuntó que “de ningún modo” se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano.
Defendió el derecho a la objeción de conciencia, rechazó ensañamiento terapéutico y la eutanasia y la pena de muerte.
Aunque reconoce un avance en la participación de la mujer en el espacio público, indicó que no es suficiente y lamentó que persistan “costumbres inaceptables” como la “vergonzosa violencia verbal, física y sexual” contra ellas, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud.
Calificó de “grave” la mutilación genital de las mujeres en algunas culturas, la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos, el alquiler de vientres o la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática.
“Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad”, siguió el Papa.
Asimismo lamentó la difusión de ideologías llamadas “de género”, que pretenden imponer -como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños- una visión según la cual se podría intercambiar el sexo de las personas.
En otro pasaje, constató la preocupación de los obispos católicos por “una cierta difusión de la pornografía y de la comercialización del cuerpo, favorecida entre otras cosas por un uso desequilibrado de Internet”.
Pasó revista a problemas como la superficialidad al afrontar las crisis matrimoniales, la mentalidad antinatalista, la revolución sexual, el miedo a la superpoblación, los problemas económicos, la falta de una vivienda digna y de trabajo.
Estableció que la explotación sexual de la infancia constituye “una de las realidades más escandalosas y perversas de la sociedad actual”.
“El abuso sexual de los niños se torna todavía más escandaloso cuando ocurre en los lugares donde deben ser protegidos, particularmente en las familias y en las escuelas y en las comunidades e instituciones cristianas”, abundó.
Llamó a la Iglesia a movilizarse para atender dramas familiares como la migración, la prostitución, el tráfico de órganos, la persecución contra los cristianos en Medio Oriente.
Y a los esposos les dio numerosos consejos: cultivar la paciencia y la humildad, no dejarse maltratar continuamente o tolerar agresiones físicas, combatir la envidia, no dejarse llevar por el pesimismo que destaca defectos y errores ajenos, y buscar sinceramente la experiencia del perdón.
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