21 de Noviembre de 2024
Cultural

Peter Higgs, físico que descubrió la partícula de Dios, muere a los 94 años

Dr. Peter Higgs.
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*El bosón de Higgs lleva su nombre. Es un elemento clave del modelo estándar, que encapsulaba todo el conocimiento humano hasta el momento sobre las partículas elementales

| | 10 Abr 2024



 

Peter Higgs, que predijo la existencia de una nueva partícula que recibió su nombre (y el de Dios) y desencadenó una búsqueda de miles de millones de dólares en todo el mundo que duró medio siglo y culminó con champán en 2012 y un premio Nobel un año después, murió el lunes en su casa de Edimburgo, Escocia. Tenía 94 años.





La causa fue un trastorno sanguíneo, dijo Alan Walker, su amigo cercano y colega físico en la Universidad de Edimburgo, donde Higgs era profesor emérito.






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En 1964, Higgs era un profesor asistente de 35 años en la universidad cuando sugirió la existencia de una nueva partícula que explicaría cómo otras partículas adquieren masa. El bosón de Higgs, también conocido como “la partícula de Dios”, se convertiría en la piedra angular de un conjunto de teorías conocido como modelo estándar, que encapsulaba todo el conocimiento humano hasta el momento sobre las partículas elementales y las fuerzas por las que daban forma a la naturaleza y al universo.







 

Higgs era un hombre modesto que rehuía los adornos de la fama y prefería la vida al aire libre. No tenía televisión, ni correo electrónico, ni celular. Durante años se apoyó en Walker para que actuara como su “perro guía digital”, en palabras de un antiguo alumno.




Medio siglo después, el 4 de julio de 2012, recibió una gran ovación al ingresar en una sala de conferencias de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) en Ginebra y escuchar que su partícula había sido finalmente hallada. En una transmisión por internet desde el laboratorio, el mundo entero lo vio sacar un pañuelo y enjugarse una lágrima.


“Es realmente increíble que haya sucedido en el curso de mi vida”, dijo en la retransmisión.


Higgs se negó a asistir a las fiestas posteriores y voló de vuelta a casa, celebrándolo en el avión con una lata de cerveza London Pride. El CERN, que tiene estanterías con botellas vacías de champán que conmemoran grandes momentos en su sala de control, preguntó si podía quedarse con la lata, pero Higgs ya la había tirado.


Peter Ware Higgs nació en Newcastle-upon-Tyne, Inglaterra, el 29 de mayo de 1929, hijo de un ingeniero de sonido de la BBC, Thomas Ware Higgs, y de Gertrude Maude (antes Coghill) Higgs, que se ocupaba de la casa. Creció en Bristol.




 



 

Su interés por la física se despertó cuando asistía al mismo colegio, Cotham Grammar School, que Paul Dirac, el gran teórico británico que fue uno de los padres (no hubo madres) de la mecánica cuántica. Esa teoría, que describe las fuerzas de la naturaleza como un juego de atrapar la pelota entre pedazos de energía portadores de fuerza llamados bosones, sería el mismo campo en el que Higgs saltaría a la fama.




A los 17 años, se trasladó a la City of London School, donde estudió matemáticas. Un año después ingresó en el King’s College de Londres, donde se licenció en Física en 1947. En 1954 se doctoró con sus investigaciones sobre moléculas y calor.


Tras ocupar puestos temporales de investigación en la Universidad de Edimburgo, el Imperial College de Londres y el University College de Londres, en 1960 aceptó un puesto permanente como profesor en Edimburgo. Higgs se había enamorado de la ciudad durante su época universitaria, cuando solía escaparse a las Tierras Altas escocesas pidiendo aventón.


Durante esos años también se involucró políticamente en la Campaña para el Desarme Nuclear y en Greenpeace. Pero abandonó ambas cuando se volvieron demasiado radicales para su gusto.


Fue en el movimiento por el desarme donde conoció y se enamoró de una compañera activista, Jody Williamson. Se casaron en 1963. Ella murió en 2008. A Higgs le sobreviven sus dos hijos, Christopher, científico de computación, y Jonathan, músico, y dos nietos.







 

En Edimburgo, Higgs reorientó su investigación desde la química y las moléculas hacia su primer amor, las partículas elementales.




Edimburgo era la cuna de James Clerk Maxwell (1831-1879), que había logrado la primera gran unificación de la física, demostrando que la electricidad y el magnetismo eran manifestaciones diferentes de la misma fuerza, el electromagnetismo, que constituye la luz. A Higgs le correspondería impulsar la física hacia el siguiente paso, hacia una teoría que pudiera escribirse en una camiseta, ayudando a demostrar que el electromagnetismo de Maxwell y la llamada fuerza débil que gobierna la radiactividad son diferentes caras de una misma cosa.






Sin embargo, como suele ocurrir en el zigzagueante progreso de la ciencia, eso no era lo que Higgs pensaba que estaba haciendo.


“En aquel momento”, recordó en una entrevista en Edimburgo en 2014, “el pensamiento era resolver la fuerza fuerte”.







 

La fuerza fuerte, o interacción nuclear fuerte, mantiene unidos los núcleos atómicos. Según la teoría, las partículas portadoras de esa fuerza —los bosones— deberían carecer de masa, como el fotón que transmite la luz. Pero mientras que la luz atraviesa el universo, la fuerza fuerte apenas llega a atravesar un núcleo atómico, lo que, según las reglas cuánticas, significaba que la partícula que la portaba debía ser casi tan masiva como un protón entero.




Entonces, ¿cómo llegaron a ser tan masivos los portadores de la fuerza fuerte?


Adaptando una idea que Philip Anderson de Princeton había utilizado para ayudar a explicar la superconductividad, Higgs sugirió que el espacio estaba lleno de un campo invisible de energía, una melaza cósmica. El campo actuaría sobre algunas partículas que intentan moverse a través de él, como un séquito que se adhiere a una celebridad que intenta llegar al bar, imbuyéndolas de lo que percibimos como masa. Podría decirse que es una suerte de actividad fantasmal en todas partes.


En algunas situaciones, observó, una parte de este campo podría desprenderse y aparecer como una nueva partícula.






Sin embargo, su primer artículo sobre el tema fue rechazado, así que lo reescribió, “condimentándolo”, como él decía, con un nuevo párrafo al final en el que hacía hincapié en la predicción de la nueva partícula, que acabaría llamándose bosón de Higgs.







 

Resultó que François Englert y Robert Brout, de la Universidad Libre de Bruselas, se le habían adelantado siete semanas con una idea similar. Poco después, otros tres físicos —Tom Kibble, del Imperial College de Londres; Carl Hagen, de la Universidad de Rochester; y Gerald Guralnik, de la Universidad de Brown— se sumaron.




“Ellos fueron los primeros, pero yo no lo supe hasta que Nambu me lo dijo”, dijo Higgs en una entrevista, refiriéndose a Yoichiro Nambu, físico de la Universidad de Chicago y también premio Nobel, que editaba la revista. Entonces no había internet, dijo, titubeando, dando a entender que si hubiera visto su artículo probablemente nunca habría escrito el suyo.


“Al principio no estaba seguro de que fuera a ser importante”, continuó Higgs. Nadie más lo estaba.


De hecho, las teorías de la fuerza fuerte, que Higgs se había propuesto estudiar, tomaron posteriormente otro camino. Pero su artículo y su partícula serían decisivos para la llamada fuerza débil.


Higgs ignoraba que el físico estadounidense Sheldon Glashow había propuesto en 1961 una teoría que unificaba la fuerza débil y las fuerzas electromagnéticas, pero tenía el mismo problema para explicar por qué los portadores de la parte débil de la “fuerza electrodébil” no carecían de masa.


El campo mágico de Higgs habría sido justo el camino, pero él y Glashow no conocían el trabajo del otro, aunque acababan de casi haberse encontrado.







 

Uno de los deberes de Higgs como profesor principiante en Edimburgo en 1960 era suministrar los refrigerios diarios para una conferencia escocesa de verano que se celebraba allí. Glashow, que asistía, y sus amigos escondían botellas de vino proporcionadas por Higgs en un reloj de péndulo y luego volvían y se quedaban despiertos toda la noche consumiéndolas y hablando sobre la unificación electrodébil.




Higgs, mientras tanto, estaba en la cama. “No sabía que me estaban robando el vino”, dijo en la entrevista.


El bosón se convirtió en algo importante en 1967, cuando Steven Weinberg, de la Universidad de Texas en Austin, lo convirtió en el eje de la unificación de las fuerzas débil y electromagnética. Se convirtió en algo aún más significativo en 1971, cuando el teórico neerlandés Gerardus ‘t Hooft demostró que todo el esquema tenía sentido matemático.


Higgs dijo que Benjamin Lee, un físico del Fermilab que murió más tarde en un accidente vehicular, lo bautizó como bosón de Higgs durante una conferencia en 1972, quizás porque el artículo de Higgs fue citado primero en el artículo de Weinberg.


El nombre se impuso, no solo a la partícula, sino también al campo de melaza que la producía y al mecanismo por el que ese campo daba masa a otras partículas, en cierto modo para vergüenza de Higgs y enfado de los demás teóricos.






“Durante un tiempo”, recuerda Higgs, riendo, “lo llamé el “mecanismo A.B.E.G.H.H.K.H”, enumerando los nombres de todos los teóricos que habían contribuido a la teoría (Anderson, Brout, Englert, Guralnik, Hagen, Higgs, Kibble y ’t Hooft).






El interés por el bosón iba y venía en oleadas. La primera ronda de entrevistas de Higgs se produjo en 1988, cuando el CERN puso en marcha un nuevo acelerador llamado LEP, por Large Electron Positron collider (Gran Colisionador de Electrones y Positrones). Uno de sus principales objetivos era encontrar el bosón de Higgs. Hubo otra ronda cuando LEP estaba cerrando en 2000, a pesar de las afirmaciones de algunos científicos de que habían visto rastros del bosón de Higgs.


Higgs se mostró escéptico. “Estaban llevando la máquina más allá de su límite”, recordó.


Para entonces había dejado de investigar, concluyendo que la física de partículas de alta energía simplemente lo había superado.


Intentaba trabajar en una nueva teoría de moda llamada supersimetría, que avanzaría aún más en la unificación de fuerzas, pero “seguía cometiendo errores tontos”, dijo. De hecho, más tarde declaró a la BBC que su falta de productividad probablemente habría hecho que lo despidieran hace tiempo si no se hubiera sabido que estaba nominado para el Premio Nobel.







 

En los últimos años, Higgs vivía en un quinto piso del histórico barrio de New Town, en el centro de Edimburgo, a la vuelta de la esquina de la casa natal de Maxwell, el gran teórico escocés, que creció en el barrio.




Incluso antes de que el Nobel sellara su lugar en la historia, se había convertido en una de las atracciones turísticas de la ciudad, una especie de monumento andante a la ciencia, galardonado con el Premio Edimburgo 2011 por su “destacada contribución a la ciudad”.


Higgs siguió enseñando hasta que se jubiló en 1996, pero su falta de investigación lo mantuvo al margen de la refriega y el furor que resultó del descubrimiento de su bosón. En 1999 rechazó una oferta para ser nombrado caballero, pero en 2012 fue nombrado Compañero de Honor por la reina Isabel II.






Al año siguiente se unió a sus ídolos Dirac y Maxwell en la inmortalidad con el Premio Nobel de Física, que compartió con Englert. Pero lo suyo nunca fue la competencia. El día en que debía anunciarse el premio de Física, decidió que sería un buen momento para irse de la ciudad.






Por desgracia, su automóvil no funcionaba. Atrapado en la ciudad, decidió ir a comer. Por el camino, un vecino lo interceptó y le dijo que había ganado el premio.


“¿Qué premio?”, bromeó.