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*Las series fotográficas de Salgado transforman un oficio del instante en memoria estructurada. Cada proyecto le lleva casi diez años. Así ha registrado hambrunas, guerras, migraciones, los calvarios del trabajo y la pobreza. Ajeno al tremendismo, busca la dignidad de los que sufren. Su estética refuerza la denuncia: las escenas cautivan por la forma en que son miradas
Luis Villoro . | Ciudad de México | 07 Feb 2025
Este sábado el legendario fotógrafo brasileño Sebastião Salgado cumplirá 81 años y lo celebra desde hoy con Amazônia, exposición que abre sus puertas en el Museo Nacional de Antropología.
Durante décadas, Salgado documentó las más diversas zonas de conflicto. Robert Capa, que murió al pisar una mina en Vietnam, decía: "Si la foto no funciona, es que no estuviste suficientemente cerca". Su colega nacido en Aimorés, Minas Gerais, en 1944, ha entendido la frase, cubriendo el horror en una cercanía inaudita.
Las series fotográficas de Salgado transforman un oficio del instante en memoria estructurada. Cada proyecto le lleva casi diez años. Así ha registrado hambrunas, guerras, migraciones, los calvarios del trabajo y la pobreza. Ajeno al tremendismo, busca la dignidad de los que sufren. Su estética refuerza la denuncia: las escenas cautivan por la forma en que son miradas.
Críticos de Europa y Estados Unidos le reprocharon que "embelleciera" la miseria, como si la prestancia y la apostura fueran patrimonio de los ricos y famosos, y sin comprender que el dolor cala más hondo cuando es bien retratado, axioma que describe tanto los grabados de Goya como las fotografías de Salgado. Gilberto Owen resumió en un aforismo la empatía que concede la mirada: "El corazón. Yo lo usaba con los ojos".
Hacia finales de los años noventa, después de atestiguar los pozos petroleros en llamas en el desierto de Kuwait y seguir a los desplazados en Ruanda, Salgado enfermó de un mal inédito, causado por lo que había visto. Según dijo en un diálogo con John Berger, en un día vio morir a diez mil personas. Lo asombroso era que él siguiera vivo. Pero el cuerpo comenzaba a contradecirlo.
Justo entonces su padre le dejó a él y a su esposa Lélia Wanick la finca de la familia en Minas Gerais. El sitio, que había sido un vergel, estaba completamente erosionado. Por cada foto que había tomado, Salgado plantó un árbol. Para 2014, la tierra que en 2001 era un yermo había florecido en forma extraordinaria, según narra el documental La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, hijo de Sebastião.
El fotógrafo abandonó la cámara por un tiempo. Ningún colega había estado tan activo como él y, probablemente, ningún humano había subido a tantos helicópteros, tantas canoas, tantas mulas, tantos globos aerostáticos.
Poco a poco, la tentación volvió al cuerpo que sanaba entre los árboles. Salgado recuperó su oficio del único modo que le es afín: en plan épico. En ocho años hizo 32 viajes. Testigo de la violencia y la depredación, decidió retratar territorios ajenos a la experiencia humana. El resultado fue Génesis: el planeta en su primer día.
Como reportero gráfico, Salgado aceptó el reto de buscar armonía en el espanto. La naturaleza le planteó otro desafío: singularizar lo que en sí mismo es portentoso. Con la paciencia de quien sólo se interesa en un asunto cuando convive con él, descifró la gramática vegetal y los fulgores y las sombras de los glaciares. En el Ártico, su guía era un esquimal demasiado gordo para seguirle el paso; al llegar a una pendiente de nieve, el acompañante se dio de baja y el expedicionario siguió adelante, orientado por su cámara.
Amazônia representa una Odisea rumbo al punto de partida. Salgado vuelve a los árboles de la infancia; viaje en el espacio, pero también en el tiempo, al centro de sí mismo.
El cielo y las nubes siempre le han brindado un trasfondo poderoso. Ahora retrata desde las alturas para seguir los viajes del vapor, que transporta más humedad que el Río Amazonas. La exposición tiene un decisivo componente escenográfico, aportado por Lélia Wanick. Las fotografías flotan en el espacio, como si también ellas pertenecieran a los "ríos voladores", y la música de Jean-Michel Jarre, basada en los ruidos de la selva, crea una atmósfera meditativa.
Salgado no ha depuesto su temple crítico: lo que vemos puede desaparecer. La estética, en este caso, es un alegato de conservación.
¿Cómo captar el espíritu de un paisaje abrumador? El fotógrafo sabe encontrar a sus protagonistas. La muestra abre con una toma del follaje; ahí, un árbol interpela al visitante, como si citara a Octavio Paz: "Creció en mi frente un árbol/ Creció hacia dentro/. Sus raíces son venas, / nervios sus ramas, / sus confusos follajes pensamientos/... Allá adentro, en mi frente, / el árbol habla/. Acércate, ¿lo oyes?".
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