27 de Abril de 2024
Una opinión diferente
Por: Isael Petronio Cantú Nájera

igualdad

07 Oct 2020 / *Ya se había dicho hasta el cansancio, que un mundo económico cimentado en la ambición personal y la explotación del otro, ultraindividualista y neoliberal, nunca generaba el bien común, sino: las revoluciones de todo tipo

En medio de la pandemia por el SARS-CoV-2 pensar en el futuro cuesta, se impone el dramático presente que está jaloneado por un pasado atroz. Las utopías de un mundo realmente feliz, se miran distantes en un planeta, donde el apocalipsis zombi nos alcanzó con un virus cuyo origen es más extraño aún: un pangolín o un murciélago o… los siniestros laboratorios de guerra de las potencias económicas que dominan la globalización.

Puede ser legítimo, simplemente pensar que la pandemia se acabe, ya sea porque se ha logrado la inmunidad de rebaño o porque algún laboratorio ha desarrollado una vacuna eficaz que termina por salvar a miles de millones de seres humanos y con eso bastaría para tener un pensamiento luminoso ubicado, como pensamiento de izquierda; pero ¿Cuál virus y cuál izquierda deben ser los argumentos centrales para plantearse un mundo realmente feliz?

Un retorno al pasado resulta necesario, simplificado al extremo, para poder entender lo complejo que se ha vuelto el mundo. El Estado monárquico, sintetizado en una sola persona (L´etat c´est moi) no utilizaba ningún eufemismo para tratar de engañar al pueblo sobre un principio fundamental entre los humanos: la Igualdad.

La estructura estamental de las monarquías, construyeron sólidos argumentos para señalar crudamente las diferencias sociales, políticas y económicas entre la nobleza y los siervos; la riqueza fluía de una clase a otra y las aspiraciones a la igualdad simplemente se pagan en los cadalsos levantados en las plazas públicas.

Esa desigualdad polifónica vendría a romper la armonía en lo que se imaginaba un mundo perfecto, donde la alabanza a dios tenía dos voces: el pan nuestro de cada día y la holgazanería… credos aparte, política presente, las revoluciones del Siglo XVIII dieron paso a la búsqueda del nuevo paradigma: ¡La igualdad!

En los Miserables de Víctor Hugo, Jean Valjean es el hombre piscológicamente más libre que puede existir pero es a la vez el más desigual de todos frente a la realeza, una larga vida le permitirá acrecentar su fortuna y poder disputar en el aguerrido mundo burgués que él es un poco más igual que otros…
siglos después… parodiando el empuje y la presencia Nazi y el Stalinismo, Orwell, en su libro La Rebelión en la Granja, una vez que los cerdos han comandado la rebelión y se han quitado la tiranía de los humanos; eligen al cerdo Napoleón para que dirija el nuevo mundo granjeril donde uno de sus principios básicos de convivencia en el nuevo orden es: ¡Todos los animales son iguales!

Napoleón apoyado por la piara y sostenido por los Perros, finalmente monta una dictadura y cambia ese principio fundacional y lo reescribe así: ¡Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros!

A donde se mire, dejando aparte las diferencias biológicas de la especie, lo que se ve, como bosque y árbol a la vez, son las grandes desigualdades económicas entre las clases sociales y sus estratos y ni se diga entre las diferencias biológicas y genéticas: los salarios y por consiguiente los ingresos no son iguales entre hombres y mujeres.

Thomas Piketty, en su libro El Capital, concluye que el sistema capitalista, al final de los finales, termina acumulando la riqueza en muy pocas manos y depauperando a las grandes mayorías, de tal suerte, que el reto de cualquier sistema económico político se centra en ese punto: igualar más o menos los ingresos de toda la gente.

Con esto tenemos un punto histórico y sociológico de referencia para decir lo mínimo que identifica a la izquierda: La lucha constante, en el sistema que sea, por lograr la igualdad y no solo en los valores abstractos como la libertad, sino en el hecho concreto de tener los ingresos mínimos que nos permitan ejercer todos los demás derechos en igualdad de condiciones para todos. Estaremos de acuerdo que de muy poco sirve la libertad en medio de la pobreza y la ignorancia.

En nuestro país, tras largas décadas de neoliberalismo; los resultados son nefastos existen 61 millones de personas con ingresos inferiores a la línea de pobreza, es decir: tienen ingresos mensuales de $1,165.60 en la zona rural y de $1,632.50 en la zona urbana, lo que significa que ganan cada uno: ¡38.85 y 54.41 pesos diarios!

El hombre es, parodiando a Ortega y Gasset, él y sus circunstancias; sin duda el ansia de libertad nos mueve y nos lleva a la búsqueda del pan y de bienes que nos permitan vivir mejor y con mayor igualdad; de ahí el desangramiento de las naciones latinas hacia el opulento norte; de ahí la transfusión de dólares hacia las economías familiares ancladas en los países con sistemas generadores de capital y de pobreza extrema. Esa libertad, inconscientemente, genera silenciosas revoluciones igualitarias, que traen el ejemplo de ingresos en dólares y de bienes que representan el acceso al mundo prohibido de los más ricos.

La desigualdad es polimorfa y tan general que suele no verse como un problema de políticas públicas, sino de conducta y psicología personal; el entramado ideológico del sistema refuerza la idea de que la igualdad es un “sentir” y no una condición socioeconómica; de tal suerte que un buen manual de superación personal “podría” hacer que la pobreza desapareciera; la alienación es tal general, que es común que el migrante se vuelva un nuevo rico y termine por ejercer actos de abuso contra su propia clase social o etnia.

Pero no es así: la desigualdad es el resultado de sistemas económicos donde se explota la fuerza de trabajo de manera extrema; ya vimos los ingresos líneas arriba, los cuales son medidos, incluso por las agencias del propio Estado; por lo que debemos concluir que aquella es el resultado de gobiernos que tienen muy en claro que la pobreza debe mantenerse para garantizar la riqueza de unos cuantos.

Siendo esto así, para un pensamiento de izquierda, sobre todo en nuestro país, donde la irritación de las clases más depauperadas se manifestaron masivamente hace dos años, otorgando el poder a MORENA y eligiendo a Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República, para que llevaran a cabo la “4T”, la lucha por la igualdad debe centrarse en una sólida política pública de incremento del ingreso en las clases más pobres.

Dicho incremento del ingreso debe realizarse a través de diferentes políticas públicas, la primera y más importante es una política salarial que recupere el poder adquisitivo de los trabajadores en general y se ponga a la par con los ingresos de economías más competitivas como la de Estados Unidos y Canadá; una política fiscal progresiva, eficiente y eficaz para que el que gana más pague más, ni se diga con las personas morales que cotizan en la bolsa y a la par: exenciones fiscales a los ingresos más bajos que les permita compensarlos frente a los ingresos promedio; robustecimiento de los programas sociales que otorgan apoyos a los grupos más vulnerables de la pirámide social y finalmente: conversión de los sistemas sociales para que garanticen a todos sus derechos humanos básicos de: escuela, salud, alimentación y vivienda… Todo lo demás, como el hecho de acabar con la corrupción y aumentar el grado de seguridad, se da por descontado en la medida en que la igualdad, tal y como la he descrito, nos permita construir una ciudadanía ética y solidaria capaz de construir de manera constante una gobernanza democrática y el el bien común.

Termino este artículo comentando el numeral 105 de la Encíclica del Papa Francisco “Fratelli Tutti” , que lo hago no por ser creyente, sino por el profundo significado del argumento y por la relevancia que en el mundo entero juega su poderoso cargo, dice Francisco:

105. El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común.

Ya se había dicho hasta el cansancio, que un mundo económico cimentado en la ambición personal y la explotación del otro, ultraindividualista y neoliberal, nunca generaba el bien común, sino: las revoluciones de todo tipo.

Más entradas
Lo más reciente