27 de Abril de 2024
Una opinión diferente
Por: Isael Petronio Cantú Nájera

No te has ido… ¿Verdad?

01 Nov 2020 / *Aquí estoy ¡Sigo cuidándote!

Los portales son infinitos y están en los lugares más inesperados…como El Aleph de Borges en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo o esa cueva pavorosa donde Dante entra a los infiernos o los altares que se abren para atravesar las nueve regiones del Chiconauhmictlán.

El amarillo naranja del Cempasúchil brillaba en la lánguida tarde del primero de noviembre recogiendo los últimos haces de luz; el sol cansado, bajaba raudo tras la roca del Nauhcampatepetl permitiendo que las sombras fueran cubriendo los extensos campos donde la vida se guarecía temerosa en sus hogares.

El arco de varas de guásima, estaba adornado con hojas de palmilla y sobre de ella los deslumbrantes ramos de Cempasúchil y el color bermellón de la Mano de León… el viaje es largo, pero todos los viajes son largos y el hambre aprieta; y supongo que más cuando el destino de este viaje tiene como propósito rescatar nuestra propia alma.

Limas, naranjas, plátanos, pan de figuras antropomorfas, mole, caña, pulque, tequila y todo lo que se antoja comestible, se extendía en la mesa donde el papel de China picado, multiplicaba las figuras de la muerte, que como dulces, generaban un sentimiento encontrado entre comerlas o verlas con suma reverencia.

El sol se fue, la noche vino a reinar entre el amplio pasillo y solo fue vencida con las temblorosas flamas de las velas; que armoniosamente dispuestas en los caballetes de troncos de plátano alumbraban el camino de los muertos.

Ahí estaba sentada, pensativa, el blanco pelo le caía como ondulante agua sobre los hombros y la cara, por lo que resultaba difícil ver su rostro y en lo que estaba pensando; el codo izquierdo lo tenía recargado sobre su rodilla, mientras su mano sostenía su cabeza; con la otra mano sostenía una pajilla que utilizaba para jugar con la luz de las velas… la flama inquieta se retorcía ante la punta de la paja y terminaba por encenderla, ella se la llevaba a la boca y con un suave soplo la apagaba y volvía a molestar a la, de por sí, trémula flama.

Un copalero grande, que compré hace más de 20 años a la vera de la carretera, allá por Chicontepec, lanzaba una gran humareda de picante copal, haciendo que la escena fuera tan tenue, tan de muertos que el propio corazón estaba espantado.

Lechuga, mi perra, que solamente le tiene miedo a los truenos, no se inmutó con su presencia y como suele hacer, la vio, movió la cola y se fue a tumbar a sus pies; ella, estiró la mano y arrancó un pedazo de pan que, suavemente se lo dio en la boca. Siguió callada, su interno soliloquio creaba un silencio desesperante y para no interrumpirla, pues sabía que tarde o temprano algo tendría que decir de manera sentenciosa, me fui sentando a un par de metros de ella, por su lado izquierdo para que no me viera y a pesar del ruido que suelen hacer las sillas tejidas de palma, ni siquiera se inmutó.

Si alguien piensa el mundo y de paso, el significado profundo de vivir y de morir; estar sentado frente a un portal iluminado por velas y el amarillo naranja del Cempasúchil e inundado del velo oloroso del copal… debería de ser el mejor lugar para hacerlo.

De pronto, la flama de la vela con la que estaba jugando chisporroteó y se apagó lanzando al aire un humo negro que se enroscaba en las volutas del copal…

-¡Así se va la vida!- dijo, sin modificar un ápice su postura, sin voltear a verme, sin decírmelo a mí, a pesar de que sabía muy bien que tenía un par de horas que estaba absorto observándola.

-Frágil como es… ilumina, como las luciérnagas la oscura noche de los tiempos por un brevísimo instante… luego la eterna muerte te lleva hacia el olvido, en la vana esperanza de que alguien, otro instante quizá, diga tu nombre y te evoque, haciendo que tu rostro gire por completo a ver la luz.- había prendido la pajilla en otra vela y lentamente, meticulosamente, volvió a encender la que se había apagado. Su voz era la voz que mi infancia guardaba cariñosamente, con el temor reverencial del mandato final que suele hacer la madre.

Mi corazón intentaba correr y salir huyendo, pero pocos pueden huir de la imperiosa voz de la madre; ese recipiente viviente que una vez te permitió crecer y nacer y gozar la luz del sol, el amor pleno en una sexualidad cósmica de comunión que agranda al mundo… no hablé, esperaba que ella, ahí sentada jugando con las velas me revelara arcanos misterios de la vida y de la muerte.

-Nadie es feliz esperando que la felicidad sea un Don otorgado por arcaicos dioses; menos en el vano intento de acumular lo que nunca será tuyo eternamente… esta vida, pues nunca más habrá otra, encierra su secreto en el dar, en el obsequiarte pleno, segundo a segundo, a vivir para los otros que son el reflejo de uno… en una espiral eterna de amor al prójimo y de ser amado por él; porque el rumbo más extraviado de la muerte es la soledad y el olvido.- Enderezó su cuerpo y lentamente, como el humo de las velas que sube al cielo, se fue parando, con sus manos arregló su pelo y mostró en toda su plenitud su esbelto cuerpo envuelto en un blanco vestido de algodón bordado de iridiscentes colibríes… volteó suavemente, me sonrió como cuando pasaba de año en la primaria y sin premio de por medio, solamente sonreía y nos restregaba la cabeza, como diciendo:- Ya ves: ¡tú puedes!- Si algo cinceló mi carácter y arrojo en la vida, fue esa sonrisa y esa mano alentándome a vivir el día como si fuera el último día de mi paso por la tierra.

-Te preguntarás por qué no me he ido- lo dijo sin un tono de reclamo. -Por qué, habiendo partido hace un año, sigo aquí, estando sin estar, solo acompañada de los husmeos de las perras y su lenguaje temeroso…-

Quise hablar, pero ella misma, al ponerse un dedo en la boca, calló la mía y volvió a decir: -Que nunca te espante la gente que amas, porque entonces no amas, idolatras y crees que ellos están muertos y estáticos para siempre… pero no es así: todo muta, hasta el recuerdo que se hace más benévolo al paso del tiempo. Que te espante tu olvido, ese que hace que las imágenes desaparezcan como el copal en el aire, como la gota de lluvia en el mar océano; que te espante tu desamor por la vida y por los vivos, porque a los muertos los mantiene presente el agua del recuerdo.

Me paré junto a ella, la vi grande, portentosa, luminosa, le quité la pajilla de la mano y empecé a jugar con la flama de una vela, la cual se retorcía como se le picara las costillas… la pajilla se encendió y cuando la traía hacia mi boca para apagarla, su mano detuvo a la mía: -¡Cuidado! -me dijo- Cada flama que apagas es una vida que cruza el portal entre la vida y la muerte… deja que la pajilla de tu vida se consuma por completo en flama viva: ama hasta lo inconfesable, camina haciendo siempre el bien para aligerar el corazón hasta que pese menos que una pluma y cuando mueras dejes un largo rastro de pétalos de flores de Cempasúchil, cuyo aroma tendrá muchos recuerdos bondadosos… Cuando se abra el portal… aquí estaré aún esperándote.

Voltee a verla y se había alejado varios metros hacia los Anturios, Lechuga, moviendo la cola se fue siguiéndola y sin girar a verme, me dijo, con la voz maternal de siempre: -¡Anda, ve a acostarte! Yo esperaré a tu padre, a tus hermanos, que no tardan en llegar, vienen retrasados, pera ya ves, vienen de muy lejos.

No me fui a dormir, porque dormir es morir un poco, solo me senté a esperar a mis santos difuntos.

-¿No tea has ido, verdad?-

-¡No!- contestó mi madre -Aquí estoy ¡Sigo cuidándote!

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