26 de Abril de 2024
Una opinión diferente
Por: Isael Petronio Cantú Nájera

Después del terremoto

05 Oct 2017 /

Tu mirada se queda congelada entre el montón de escombros, justo ahí donde la nube de polvo permite distinguir, entre los fierros retorcidos y lo deslucido del concreto, un color distinto a la grisura del desastre.

No lloras, no puedes llorar porque la adrenalina no te deja llorar; simplemente porque perder agua en ese momento es vital para la vida. No sabes a ciencia cierta cuanto tiempo pasarás sin agua. Tu garganta, reseca, te avisa también que el agua es necesaria, así que, como un rayo de luz, tu cerebro entiende que llorar no trae ningún beneficio en ese momento.

De pronto ves que algo se mueve, lo ves porque su color señala en rojo vivo que algo existe en la oquedad del horizonte; te restriegas los ojos y tratas de enfocar la imagen de mejor manera para estar seguro de que algo está ahí. Una y otra vez tus manos ajustan apretando tus párpados la imagen que se desvanece.
-No es nada- te dices- y piensas que la soledad te empieza ha hacer una jugarreta, como cuando de niña, te quedabas viendo por mucho tiempo la luz del foco y luego, mirabas hacia la oscura pared para ver el fantasma visual de su luz: -¡No es nada!- te vuelves a decir… ¡Nada!

Vuelves a mirar, pero ahora, tu voluntad trata de mover tu cuerpo para que la cercanía te permita cerciorarte de que esa imagen no existe o si existe ¿Qué es?. No puedes, las piernas clavadas en el piso te lo impiden; hace un momento, el brutal terremoto te mostró lo frágiles que son ante su poder: subir, bajar, girar, temblar, trepidar, oscilar, convulsionar, son movimientos que requieren de un gran entrenamiento para ser soportados en la verticalidad y la estabilidad de un animal bípedo.

Los terremotos- Te dices- mientras sonríes para ti y tratas de recordar lo que hiciste de tarea hace muchos años: placas tectónicas, epicentro, oscilatorios, trepidatorios, Mercalli- ¡Si, Mercalli, Mercalli!- repites mientras un flujo de hormonas fluyen por tu cerebro agitando miríadas de neuronas, que aún tiemblan por efecto del sismo y sale a la luz el dato: -La escala de Mercalli sirve para medir el grado de devastación que un terremoto produce en las estructuras construidas por el hombre- ¡Zas! Ya tienes la definición y caes en la cuenta de que estás en medio de la desolación.

Intentas mover la pierna, -un paso, simplemente un paso y ya está- te repites machaconamente en el cerebro -¡Un jodido paso!- pero las piernas, como si tuvieran una voluntad aterradora han decidido no hacerle caso a tu cerebro y sigues ahí: congelada en medio del polvo y del detritus.

Luego, caes en la cuenta de que tus manos no te ayudan a señalar el objeto, vaya, que de buenas a primeras las haz tenido pegadas a tu rostro y si te permitieron limpiar por momentos los ojos, es porque siempre han estado ahí: protegiendo tu cara, tu rostro, lo que crees que mejor te identifica frente a los otros… mueves los pies… nada… respiras hondo y descubres que tu respiración está limitada por la opresión de algo frío, duro y que si intentas hacer una respiración más profunda, algo se clava en tu corazón…

Como quiera –te dices- tengo que cerciorarme de que bajo esos escombros no esté nadie, tengo que ver si ese trapo rojo es la ropa de alguna víctima que pueda salvar de debajo de las lozas… y vuelves a lo primero: te limpias los ojos con las manos pegadas a tu rostro, enfocas entre el polvo el color rojo, te das cuenta de que efectivamente está ahí, de que no es una ilusión óptica, sonríes para adentro y te llenas de orgullo, te sientes solidaria y sabes que tarde o temprano, podrás llegar hasta ese lugar y quitar, guijarro tras guijarro, piedra tras piedra, enderezar varillas, destorcerlas y podrás liberar de una segura muerte al infortunado que quedó enterrado entre los escombros de su propia casa.

De nuevo tu pensamiento se aleja del objetivo de tu acción: -¿desventurado?- te resuena en el cerebro como cuando tus padres, te decían de niña: - la tarea no es solamente para que te la revisen, la tarea es simplemente para hacerla y consolidar el aprendizaje- era una frase machacona que al paso del tiempo se volvió tu “karma”; pues si hacías la tarea todo saldría bien por lo menos en ese día. Desde ahí, de ese punto lejano al objeto rojo, te asaltó el valor de la desventura, tenías tiempo para pensarlo, mientras tus piernas se ponían de acuerdo para avanzar coordinadamente y acercarte a él.

-Bienaventurados, los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos- ¡Sí! -vuelves a sonreír- recuperando el término como calificaste a quien estuviera dentro de aquel trapo rojo que el polvo no te deja ver bien. -¿Quién es?- te preguntas- ¿Hombre, mujer? ¿Rico, pobre? ¿Honesto, deshonesto? No sabes, te reprochas no haberte dado el tiempo para saber más de tus vecinos, de quienes dices que son tus amigos y no están, de la misma familia que disgregada deambula entre los desiertos de lo individual… -¿Quién es?- te vuelves a preguntar- mientras tu cerebro que ha agotado todas las preguntas metafísicas sobre los dioses, vuelve a recuperar viejos versículos: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de nada; y no conoces que tú eres un desventurado, y miserable, y pobre, y ciego, y desnudo… y pones en negritas, haciendo que varias neuronas más se unan en tu pensamiento: Apocalipsis 3:17

Ya no sonríes… te quedas quieto, por algún motivo, eso te entristece y te da pena la humanidad con su pedantería, con su egoísmo, su miseria humana y su cultura de explotación del hombre por el hombre… -¿Dónde está la solidaridad, la justicia, la fortaleza, la prudencia, la templanza? ¿Dónde?- te sigues preguntando mientras te llama la atención que la luz del trapo rojo va aumentado en claridad, eso te alegra, pues podrás mirar y ayudar al desventurado que quedó atrapado en su propia guarida.

Reconoces que no te haz movido, no por falta de voluntad, sino porque las piernas aterrorizadas por el temblor: simplemente decidieron no caminar; sientes que tus manos siguen protegiendo tu cara y de cuando en cuando, como autómatas limpian tus ojos, pero no se alejan ni quieren señalar hacia donde está el trapo rojo.

De pronto, te das cuenta que escuchas tu respiración y tu corazón palpita aceleradamente. No tienes miedo, pues sabes que el miedo es peor que llorar y perder el agua del cuerpo, con el miedo se la va a uno el alma al cielo y deja congelado los cuerpos a merced del terror… te das cuenta que estás contando rítmicamente el tum-tum: uno, dos, tres, cuatro… te sigues un rato escuchando tu propio corazón: -Si todos tuvieran un minuto para escuchar su propio corazón- te dices filosóficamente- seríamos un poco más humanos…

Con el corazón latiendo, no logras entender ni menos desentrelazar otro sonido que se monta al palpito tuyo; es más agudo, sincrónico, la misma nota que rítmicamente se repite sobre tu cabeza y penetra en los oídos hasta ahogar el sonido de tu propio corazón… -¿Qué es?- te preguntas- tratas de voltear tu cabeza y tus manos no te lo permiten, te protegen de algo y siguen pegadas a ti como una lapa al casco de un viejo bote… ¡Guau,.. guau… guau…! ¡Tum… tum… tum…! -¿Qué es? ¿Quién es?- te sigues preguntando, mientras la luz va creciendo como en el amanecer. Ves un sol radiante, encarnado, como esos soles que salen los primero de enero en la costa de Tuxpan, donde lo viste por primera vez tomada de la mano de tu primer novio hace ya 50 años. –Aaaah- añoraste el momento y sentiste de nuevo el apretón de manos.

La luz es cegadora, el rojo es rutilante, y como por arte de magia, sin moverte de tu lugar, por cierto piensas solo para tí: -lugar privilegiado para poder asistir solidariamente y rescatar a un desventurado-, escuchas, entre el tum-tum y el guau-guau, una voz emocionada, feliz: -¡Está viva! ¡Está viva!-
Te cae polvo en los ojos –no de estrellas- vuelves a pensar. Tus manos protectoras se cierran sobre tu cara, mientras tus párpados cubren tus ojos, y te das cuenta que el rojo sigue ahí, como las manchas que solías ver cuando te quedabas mucho tiempo mirando la luz de los focos en tu casa.

Tus piernas se mueven quebrantadas, pero se mueven: -sonríes- y te enorgullece saber que tu cerebro aún manda sobre de ellas; tus manos, bajan a tu pecho y tus oídos están sordos de tanta algarabía… estás confundida… -¡Está confundida! ¡Rápido, una ambulancia, está viva!- escuchas decir a una extraña voz y piensas: -¡Es bueno ser solidario, nos hace más humanos!

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